Beijing presentó este 10 de diciembre el Tercer Documento sobre la Política de China hacia América Latina y el Caribe, una hoja de ruta que marca un giro decisivo respecto de las versiones de 2008 y 2016.
El texto, anunciado por Xinhua y aún no publicado íntegramente por el Ministerio de Relaciones Exteriores chino, consolida a la región como un espacio prioritario dentro de la visión geopolítica de Xi Jinping, orientada a construir una arquitectura paralela de poder basada en tecnología, financiamiento y vínculos culturales. Ya no se trata de una oferta de cooperación clásica, sino de un marco estratégico que apunta a integrar a América Latina en ecosistemas dominados por estándares chinos.
Los documentos previos mostraban un proceso evolutivo más moderado: en 2008, el enfoque buscaba abrir puertas con énfasis en el comercio y el beneficio mutuo; en 2016, China ya apostaba por infraestructura, financiamiento, telecomunicaciones y participación en sectores energéticos. El documento de 2025 profundiza este tránsito y abandona la neutralidad política, introduciendo conceptos como “civilización”, “solidaridad” y “comunidad de futuro compartido”, parte del repertorio doctrinario de Pekín. América Latina deja de ser un socio distante y pasa a ser un espacio de interdependencia estratégica, vinculada a la proyección global del país asiático.
El texto se estructura alrededor de cinco programas —solidaridad, desarrollo, civilización, paz y conectividad entre los pueblos— que funcionan como los pilares de la nueva etapa. Estas áreas amplían la agenda hacia frentes tecnológicos, digitales y culturales, apuntando a construir un vínculo profundo que combine infraestructura crítica, influencia diplomática y presencia social. Las prioridades revelan un patrón claro: China busca consolidar su presencia en puertos, energía, litio, telecomunicaciones, centros de datos, vigilancia tecnológica, financiamiento estatal y cadenas de suministro avanzadas. Cada oferta integra tecnología más financiamiento, lo que genera dependencias que trascienden los ciclos políticos.
Una de las transformaciones más visibles es la centralidad de la tecnología como instrumento de dominio estructural. A diferencia de 2008 y 2016, donde la cooperación técnica era un capítulo complementario, el documento de 2025 coloca la infraestructura digital en el centro de la estrategia. Pekín propone integrar a la región en ecosistemas tecnológicos chinos, desde cables submarinos y 5G hasta inteligencia artificial y plataformas de ciberseguridad. Este enfoque redefine la relación: más que venta de productos, se promueve un modelo de arquitectura digital que desplaza estándares occidentales y consolida la influencia del gigante asiático.
El documento también destaca una narrativa civilizatoria que cuestiona el universalismo liberal y reivindica la pluralidad de modelos de desarrollo. Esta visión encaja con la “comunidad de futuro compartido”, un constructo diplomático que impulsa interdependencias económicas y tecnológicas, a la vez que reduce el peso de reglas occidentales sobre gobierno abierto, transparencia o supervisión institucional. Un elemento notable es la ausencia total de referencias a derechos humanos, anticorrupción, elecciones libres o controles democráticos. La omisión no es accidental: Pekín propone cooperación sin condicionamientos políticos, lo que abre espacio para relaciones opacas y reduce los incentivos regionales para aplicar estándares de gobernanza.
Aunque el documento evita mencionar a Estados Unidos, los alineamientos implícitos son claros. China busca apoyo o neutralidad de la región en temas como Taiwán, el Mar del Sur de China, sanciones tecnológicas y debates en Naciones Unidas. La estrategia induce estos alineamientos mediante infraestructura, financiamiento y tecnología, más que a través de exigencias directas. Con este tercer documento, China declara una ambición sin precedentes: consolidar un orden propio en América Latina, basado en interdependencias materiales, ecosistemas tecnológicos y una narrativa civilizatoria capaz de competir con el modelo occidental. Para Pekín, la región ya no es un espacio de cooperación económica, sino un componente estratégico de su proyecto de poder global.
Fuente: CanalB
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