Opinión

El cardenal Cipriani, la Iglesia del Perú y el maoísmo; por Antonio Francés

Publicado el 05 de febrero de 2025

Por Antonio Francés, publicado en Infovaticana

 

La Iglesia católica del Perú se encuentra bajo un ataque pesado. Eso no sorprende. Lo peculiar ahora, y lo que desconcierta a los fieles es que ese ataque viene desde dentro.

 

Hace unas semanas el Sodalicio de Vida Cristiana fue disuelto sin proceso adecuado alguno; y ahora el Cardenal Cipriani es calumniado primero por la prensa, pero la calumnia recibe luego el apoyo tanto por la jerarquía peruana como por el Vaticano. ¿Cómo entender lo que está ocurriendo?

 

Es preciso recordar que Perú sufrió ya un régimen socialista, bajo Velasco Alvarado. Después de eso surgió en su seno una sanguinaria pandilla de maoístas conocida como Sendero Luminoso, responsable de la muerte de 35.000 personas. El corazón del movimiento se encontraba en Ayacucho, ciudad de la que fue nombrado obispo auxiliar en 1988 Juan Luis Cipriani, un sacerdote del Opus Dei, que luego fue administrador apostólico y, más tarde, arzobispo. Desde esa sede, Cipriani desafió el terror rojo. Con una valentía que sólo podía fundarse en una profunda Fe en Cristo, salía por las calles en procesión con el Santísimo Sacramento, seguido por multitudes, a pesar de numerosas amenazas de muerte. Más tarde Cipriani fue nombrado arzobispo de Lima (1999) y cardenal. Se convirtió así en un baluarte de la Fe en el Perú y, por tanto, junto con el presidente Alberto Fujimori, en una poderosa contención contra el asalto comunista chino. Entre las acciones del Cardenal se cuenta el haber velado por la identidad católica de la Pontificia universidad bajo su jurisdicción y, por tanto, el haber prohibido a un clérigo descreído y díscolo dar clases en ella, y le había mandado hacerse cargo de una parroquia. Ese clérigo era Carlos Castillo Mattasoglio, que desobedeció a su obispo abiertamente. Volveremos sobre este clérigo en un momento.


Por su parte, el Sodalicio de Vida Cristiana fue desde su fundación un apoyo importante para el magisterio de Juan Pablo II y del Cardenal Ratzinger, y una contención para la expansión del marxismo y de la teología de la liberación en el Perú. Sin lugar a dudas esta institución fue querida por Dios para cumplir una importante tarea, aún si el tesoro de ese encargo fue recibido en vasijas de barro (II Cor. 4, 7). He conocido personalmente a algunos de los miembros y me consta que son personas de sólida doctrina y de recia vida cristiana.

 

En cambio, ¿quién es Carlos Castillo Mattasoglio? En los años 70 era un estudiante de sociología en la Universidad de San Marcos, Lima, y miembro del Partido Comunista Revolucionario, que tenía vínculos con Sendero Luminoso, precisamente. Siendo miembro de ese partido, Castillo se afilió a la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, una mezcla frecuente en este tiempo, gracias al liderazgo de Manuel Dammert Egoaguirre. En esa Unión conoció Castillo a Gustavo Gutiérrez, uno de los principales promotores de la infiltración maoísta de la Iglesia católica en Iberoamérica. Fue probablemente Gutiérrez quien animó a Castillo a seguir el camino clerical.

 

Durante el pontificado de Francisco han sido precisamente los clérigos cercanos a la teología de la liberación (es decir, al marxismo y, en este caso, al maoísmo), los que han ido ocupando las sedes de gobierno en el Perú. El arquitecto de esta revolución silenciosa ha sido un jesuita, Carlos Cardó Franco. Entre los prelados de este sesgo tenemos a Miguel Cabrejo, Pedro Barreto y Carlos Castillo. Este último fue nombrado nada menos que arzobispo de Lima en reemplazo de Juan Luis Cipriani, a quien se había negado a obedecer en materias esenciales para la Fe católica. Una vez nombrado Arzobispo ha causado escándalo tras escándalo, siendo el último su apoyo a una obra blasfema que iba a presentarse en la universidad católica, obra de cuyo nombre no quiero ni acordarme.

 

Desde el inicio de su gestión ha quedado claro que el objetivo de Castillo es subvertir la iglesia peruana. Naturalmente este trabajo encuentra obstáculos en el prestigio de su predecesor, Mons. Juan Luis Cipriani, su adversario desde que Castillo estableció nexos con Sendero Luminoso. Y naturalmente también encuentra obstáculos en la labor sistemática de preservación de la Fe cristiana que realizan tanto el Sodalicio de Vida Cristiana como el Opus Dei. Por tanto, no tiene nada de raro que los que han promovido a Castillo y Castillo mismo quieran remover esos obstáculos. Me parece indudable que esta es la verdadera razón por la que el Sodalicio ha sido disuelto y Monseñor Cipriani calumniado. No voy a entrar ahora en el tema de la disolución del Sodalicio, sino que me voy a concentrar en la campaña calumniosa contra el Cardenal Cipriani.

 

Dicha campaña se inició con un artículo de prensa del corresponsal de El País en Roma, y continuó con un artículo del mismo diario en su edición americana en que se califica al Cardenal como “depredador sexual”. No hay sorpresa por acá, porque ese diario se caracteriza por acusaciones falsas y poco fundadas contra clérigos por supuestos abusos sexuales. La perplejidad surge en los cristianos por otra razón, no porque el país ataque a la Iglesia. Surge porque la “información” que publicó el corresponsal romano es información clasificada, secreta, que ni siquiera Cipriani conoce. Todo el modo de proceder vaticano parece responder a un plan de ataque contra la Iglesia peruana. En efecto, cuando se remueve en 2019 a Cipriani a causa de su edad (75 años cumplidos), se le informa que existe una denuncia en su contra y que se ha iniciado un proceso en 2018, pero no se le dan más detalles y no se le permite responder a esa denuncia ni carear testigos o acusadores. Se le imponen además unas sanciones preventivas que él firma por obediencia al papa, pero sin aceptar ninguno de los hechos imputados, que ni siquiera conoce. Seis años después de su remoción, al poco tiempo de disolverse el Sodalicio sin proceso debido, se inicia esta campaña mediática, por una filtración de la información, “orquestada por algún amigo de Francisco” en el Vaticano, según Aurora Buendía.

 

Pero no se detiene allí el abuso y el atropello de un príncipe de la Iglesia por parte de los enemigos que han infiltrado a la Iglesia misma. En efecto, inmediatamente Carlos Castillo Mattasoglio sale al ataque de su antiguo enemigo, el paladín de los pobladores de Ayacucho contra la opresión de Sendero Luminoso, el guardián de la verdadera Fe. En seguida Castillo declara, sin que haya habido proceso alguno, que “existen personas e instituciones que se niegan a reconocer la verdad de los hechos y las decisiones tomadas por la Santa Sede”, refiriéndose a Monseñor Cipriani y al Opus Dei. Pero ni siquiera aquí se detiene el atropello, la Conferencia Episcopal de Perú, presidida ahora por monseñor Carlos García Camader salió también a apoyar el linchamiento público de Monseñor Cipriani, con estas palabras: “nos sentimos apenados al conocer las recientes noticias acerca del Cardenal Cipriani. […] Lamentamos el dolor sufrido por la víctima de abusos y por la comunidad eclesial y pedimos a todo el Pueblo de Dios que respete la voluntad de la víctima de permanecer en el anonimato”.

 

Estas declaraciones me llevaron a investigar al nuevo Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, monseñor Carlos García Camader. Hay poca cosa escrita por él, pero existen alocuciones del obispo a la diócesis de Lurín. En ellas hay material valioso para hacerse una idea de la fe de este obispo. Así por ejemplo, el 19 de abril de 2020, Domingo de la Misericordia, Monseñor García declaró clausurados todos los templos a causa de la “pandemia”. Decía entonces: “nos hemos reunido para celebrar juntos este día” [falso, no se reunieron], “y así fortalecer nuestros lazos de comunión en la sangre y agua [sic] del Señor”. Imagínense los cristianos lo que está diciendo este Obispo. O ignora totalmente las más elemental teología eucarística, o en realidad está subvirtiendo con sutileza la fe, usando imágenes sagradas (como las de I Jn 5, 7-9). Si uno tiene la paciencia de ver todos estos videos, concluirá que la segunda opción es el caso. Monseñor García está intentando subvertir la fe. No menciona a Cristo casi nunca, ni siquiera en su mensaje de Navidad. Habla de “esperanza”, pero nunca es la esperanza cristiana. Y justifica las acciones tiránicas de la pandemia por un supuesto cuidado de la vida que según él es ordenado por el mensaje del Evangelio. 


Es claro que hay una acción concertada entre la prensa anti-católica, el Vaticano y el nuevo clero sin fe del Perú. (1) Las acusaciones se refieren a hechos ocurridos en 1983. Monseñor Cipriani no conocía siquiera los detalles. (2) No hay registro de acusación alguna contemporánea a los hechos. Sólo en 2018 el Vicario del Opus Dei recibió una solicitud de audiencia de la supuesta víctima, pero conociendo éste que ya se había iniciado un proceso y que él no era la autoridad competente, no quiso reunirse con el susodicho. Sobre todo, (3) no ha habido proceso alguno, pero astutamente sí que se habían impuesto sanciones “cautelares”, que fueron obedecidas porque el Cardenal tiene el carácter de un santo. Aun los gentiles saben que no puede condenarse a nadie sin que el reo haya careado a los testigos y acusadores (cfr. Hechos 22, 25; 25, 16). Que juzgue el lector.

 

No es la primera vez que se acusa falsamente de acoso sexual a un cardenal durante este pontificado. Recordemos al Cardenal Pell, a quien la Providencia salvó de esta infamia contra toda esperanza. El testigo falso se arrepintió en el lecho de muerte. Pero, ¿a quién convenía difamar a Pell? A ciertas mafias vaticanas. Tampoco es la primera vez que el Vaticano toma partido por los enemigos de la Iglesia. Que lo diga la iglesia martirizada de China. Viene muy al caso recordar el tormento al que Parolin ha sometido a esa iglesia, porque todo parece indicar que el Perú se encuentra nuevamente bajo asalto maoísta y que ese asalto procede ahora con apoyo de los falsos prelados, en el Perú y en el Vaticano.

 

Me dirigiré ahora a los católicos verdaderos y en particular al Cardenal Cipriani. Sé que estos acontecimientos son desconcertantes. Pero recuerden que estaban profetizados. San Pablo en II Tes. 2 nos dice que el misterio de la iniquidad, de la ilegalidad, debía manifestarse antes de la Segunda Venida, y que el hombre de la iniquidad debía sentarse en el “Templo santo de Dios”. Es tanta la anomía de no procesar los delitos de personas como McCarrick, como la de condenar a los adversarios sin debido proceso. Los enemigos internos desconocen la dimensión canónica de la Iglesia fundada por Jesucristo. También en esto cumplen las profecías, pues los servidores del diablo deben calumniar a los santos (cfr. Apoc. 12, 10).

 

Ustedes han soportado todo tipo de peligros y persecuciones, y siempre han estado dispuestos a sufrir por nuestro Cristo. Recuerden, entonces, también las palabras de la epístola a los Hebreos, en el capítulo 10, 37-38: “un poco más, y el que viene llegará sin tardar. Mi justo vivirá por la fe”. Así como los cristianos de Jerusalén fueron salvados de sus perseguidores y de los romanos por las promesas y profecías de Cristo, mientras sus perseguidores perecieron al poco en la guerra romana; así los verdaderos cristianos de hoy serán salvados de quienes los persiguen por intervención divina. Ojalá se arrepientan los adversarios, porque, si no, su castigo será terrible.

 

Pero, monseñor Cipriani: usted debería demandar a los periodistas, en España y en Perú, si todavía hay jueces confiables. Si no los hubiera, habrá que sufrir, que el fruto que Dios saca de la tiranía es la paciencia de los santos. No sufrir pasivamente, sin embargo, sino tomando medidas serias para preservar la Fe del pueblo de Dios en el Perú, aun en medio de estos salteadores que no han entrado por la Puerta a pastorear el rebaño. Éste es un tema que merece seria reflexión.

 

 

 

 

Fuente: CanalB

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