Opinión

Entre traición y patriotismo: dos asonadas que marcaron la política peruana

Publicado el 28 de octubre de 2025

Por: Alfonso Baella Herrera
Director y CEO CanalB.pe

 

En la historia reciente del Perú quiero referirme a dos asonadas que marcaron con fuerza el rumbo de la política y que se produjeron luego de procesos de vacancias presidenciales - A Martin Vizcarra y a Dina Boluarte - que convirtieron a los presidentes de la mesa directiva del Congreso en presidentes del Perú. Me refiero a la asonada que derribó a Manuel Merino y la que intentó derribar a José Jerí. Ninguno llegó por elección popular pero  ambos enfrentaron el mismo dilema: la fragilidad de un Estado sometido al cálculo político, a la manipulación mediática y a la violencia callejera convertida en instrumento. Pero el desenlace en cada caso revela cuánto —y cómo— el país ha cambiado.

 

Cuando Martín Vizcarra fue vacado, dejó sembrado el caos. Calculó que su salida no sería definitiva si lograba que el desorden tomara las calles. Lejos de ordenar una sucesión responsable dejó un aparato administrativo sin mando,  una policía paralizada y coincidentemente una Municipalidad de Lima que “no tenía cámaras operativas” en los lugares donde la violencia estalló. La revuelta de noviembre de 2020 no fue espontánea: fue diseñadaa con precisión, financiada por empresarios desorientados, aplaudida por grupos empresariales que recibieron miles de millones de soles en préstamos “reactiva” y amplificada por medios que vendieron su línea editorial a cambio de publicidad. Inti y Bryan, muertos por fuego propio, fueron elevados a la categoría de mártires por una izquierda caviar experta en fabricar símbolos y relatos emocionales para manipular a la opinión pública.

 

Cinco años después, cuando José Jerí tuvo que asumir el poder, la historia pareció querer repetirse. Se agitó el mismo libreto: jóvenes convocados por redes, artistas movilizados por consignas vacías, y la infiltración de grupos violentistas con palos, piedras y bengalas. La consigna fue idéntica: desatar el caos y provocar un muerto. Pero el desenlace fue otro. La policía actuó con firmeza, la autoridad local —bajo el liderazgo de Renzo Reggiardo— jugó un rol clave y el Estado no volvió a ceder su autoridad. No hubo vacío, hubo orden. No hubo complicidad, hubo decisión.

 

La prensa también fue protagonista de esa diferencia. En 2020, la mayoría de medios tradicionales se entregó al relato caviar, exaltando la “rebeldía juvenil” y condenando a quienes, desde la legalidad, defendían la institucionalidad. En 2025, buena parte de la prensa digital, junto a comunicadores independientes y plataformas nuevas, enfrentaron la desinformación con datos y contexto. La diferencia no estuvo en la tecnología, sino en la conciencia: el país aprendió que no todo lo que brilla en la protesta es luz, y que la emoción sin verdad se convierte en manipulación.

 

Entre Merino y Jerí hay más que cinco años de distancia. Hay dos formas de entender el poder y el deber. A Merino lo empujaron al abismo, y el resultado fue un gobierno de transición débil, manipulado y complaciente como fue la encargatura de Sagasti. A Jerí intentaron empujarlo también, pero esta vez el país resistió. Policías patriotas, abogados comprometidos y medios que no se arrodillaron marcaron la diferencia. No fue un milagro, fue aprendizaje: la democracia no se defiende con consignas, sino con coraje.

 

La historia reciente del Perú es una lección sobre lo que se gana o se pierde cuando el Estado cede ante la presión. En 2020, primó la traición; en 2025, se impuso el deber. De una asonada nació el caos, de la otra emergió la convicción. Entre los traidores y los patriotas hay un país que, aunque herido, empieza a entender que la verdadera fuerza de la república no está en los gritos de la calle ni en las cámaras de televisión, sino en la voluntad serena de quienes, incluso en medio del ruido, deciden defender la verdad.

 

 

 

Fuente: CanalB

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