Por Luis Miguel Caya
El Perú vuelve a caminar al borde del abismo. La llamada “plataforma de lucha” que ha convocado a un paro nacional este 15 de octubre no es la expresión pura de un malestar ciudadano, como intentan venderlo. Es, otra vez, el libreto de la izquierda radical, esa que aprendió que no necesita fusiles para dinamitar la democracia: basta con incendiar las calles, victimizarse ante las cámaras y empujar al gobierno hacia el colapso institucional.
El guion del caos
No hay que ser ingenuos. La izquierda comunista, la misma que coquetea con el legado de Sendero Luminoso mientras se disfraza de movimiento social, ha descubierto que el caos da poder. En los años 80 lo hizo con balas; hoy lo hace con discursos y hashtags. Su objetivo no es mejorar la vida del pueblo, sino quebrar el orden constitucional para imponer una narrativa de “refundación” del Estado.
Detrás de los estudiantes de San Marcos, de los sindicatos de transportistas y de los colectivos que dicen defender la justicia social, se esconde la maquinaria que mueve los hilos de esta llamada “plataforma de lucha”. Se financia, se coordina y se propaga con precisión. No es una marcha: es una operación política.
Cuando la calle reemplazó a la Constitución
No es la primera vez que el Perú enfrenta esta película. En noviembre de 2020, tras la salida de Martín Vizcarra por corrupción, el Congreso eligió, legalmente, a Manuel Merino como presidente. Pero la izquierda no soportó que el poder escapara de su control. Lo linchó mediáticamente, lo cercó políticamente y lo tumbó en cinco días.
Las muertes de Inti Sotelo y Brian Pintado se convirtieron en símbolo. La prensa militante los elevó a mártires, y la violencia callejera fue rebautizada como “resistencia democrática”. Así, con la presión del miedo y el dolor, se impuso un presidente de consenso: Francisco Sagasti, un rostro amable del mismo grupo que había tejido la trama.
Merino cayó, Sagasti subió. Y la izquierda, disfrazada de moral cívica, se anotó su mayor triunfo: demostrar que podía tumbar gobiernos desde la calle.
La historia que quieren repetir
Cinco años después, el guion reaparece con otros protagonistas, pero con idéntica trama.
Hoy la víctima potencial es José Jerí, un presidente de transición que heredó un país fracturado tras la salida de Dina Boluarte. La izquierda radical lo acusa de “continuismo”, lo llama “títere del Congreso” y lo señala como “dictador civil”. Palabras, solo palabras. Pero palabras que preparan el terreno para la violencia.
El paro del 15 no busca soluciones, busca sangre. Un muerto en Lima o una marcha reprimida en Cusco bastarán para prender la mecha. Lo saben bien los operadores políticos que hoy agitan consignas con manos limpias, pero que mañana se lavarán las suyas con lágrimas ajenas.
No puede repetirse la historia
El Perú ya fue herido por la violencia ideológica: primero con la demagogia comunista de los 80, luego con el terrorismo disfrazado de revolución, y más tarde con la manipulación moral de los años recientes. Cada ciclo termina igual: muerte, ruina y un país más dividido.
El reto del presidente Jerí no es solo contener un paro. Es evitar que la izquierda radical vuelva a secuestrar la democracia, usando a los jóvenes como escudos y a los muertos como banderas.
Si este 15 de octubre el Estado no actúa con firmeza, prudencia y autoridad moral, el Perú podría revivir su peor pesadilla: ver cómo la calle sustituye a la Constitución, y cómo los mismos de siempre, los que no creen en la democracia, intentan volver a destruirla en nombre del pueblo.
Fuente: CanalB
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