Opinión

Los empresarios tienen que meterse la mano al bolsillo, por Madeleine Osterling

Publicado el 17 de abril de 2024

Por Madeleine Osterling, publicado en Expreso

 

La degradación de nuestra clase política hoy alcanza límites inimaginables, sin embargo, necesitamos UNA clase política, el hecho que la menospreciemos y que nos cause indignación, no significa que podamos prescindir de ella, como concepto. Me trae a la memoria un chiste relacionado con las autoridades ferroviarias que, al descubrir que la mayoría de los accidentes afectaban al último vagón, decidieron suprimirlo en todos los trenes. ¿Hacemos lo mismo con la clase política? ¿La eliminamos? Imposible, en democracia es absolutamente necesaria, es el único mecanismo de representación de aquellos que no tienen otro medio para hacerse valer.

 

Hay que cambiarla: capacitarla y profesionalizarla. Necesitamos ciudadanos preparados y dispuestos a asumir la gran responsabilidad de gobernar un país tan complejo como el Perú, sin intereses subalternos, sin caudillaje, sin cuadrillas de sobones y sin mentiras. Requerimos de gente nueva, comprometida, que conozca la realidad nacional y que este dispuesta a dedicar muchos años de su vida a trabajar por el país: ser verdaderos servidores públicos. Que mejor que un congresista sea elegido 4 o 5 veces, como premio a la eficiencia y no al populismo. Optimo que un ministro pueda durar en la cartera los cinco años de gobierno como fue el caso del canciller José Antonio García Belaúnde. En este gobierno de pacotilla como en el anterior, ruedan cabezas constantemente. Darle continuidad a la gestión es casi imposible.

 

Para que este “sueño país” sea viable es indispensable el financiamiento y aquí juegan un rol insustituible los empresarios; tienen que meterse la mano al bolsillo. Su fuente de riqueza está en el Perú, hay que invertir más allá del negocio para conservarla; no basta pagar impuestos. Tienen la obligación moral de promover think tanks o laboratorios de ideas, que tengan mucha difusión y sean percibidos como influyentes para que sean capaces de incidir en las políticas públicas. Chile nos lleva años luz en el tema.

 

Además, se necesitan mas escuelas de gobierno, de liderazgo político, donde no solo se impartan conocimientos sino se desarrollen los soft skills de los futuros funcionarios públicos. Se requieren altos niveles de exigencia, no cualquiera tiene las calidades necesarias para ser un líder. Tiene que lograrse que la política sea nuevamente atractiva, que seduzca a los jóvenes: necesitamos más Adrianas Tudela y Alejandros Cavero. Hay que borrar la imagen de que todo político termina lleno de juicios y tras las rejas, no necesariamente por corrupto, sino por la mala leche de algún enemigo político o alguna ley absurda que permite acusaciones de malversación cuando sacas de la partida útiles de escritorio para comprar focos de luz o más usual aún, la judicialización de la política.

 

Pero un aspecto fundamental para que esos nuevos políticos sean elegidos, es trabajar en los electores. Por un lado, está la ciudadanía indiferente, que vive en su metro cuadrado, que evade los noticieros y solo aspira a usar y disfrutar al máximo el país, mientras dure. Hay otros asfixiados por su día a día, intentando sobrevivir, que carecen de tiempo y medios para involucrarse, pero hay una gran masa de odiadores –especialmente en el Sur del Perú – que votan para perjudicar a Lima, contra el bienestar del prójimo y que son respaldados y financiados por todas las actividades ilegales. El clásico elector de Antauro Humala. El voto racional e informado ha casi desaparecido.


Los empresarios deberían evitar poner un centavo en centros de estudios como la Universidad Católica o en medios como La República (excelente artículo de Jaime Althaus en Lampadia sobre esta prensa enemiga) y, neutralizar las radios de provincias que envenenan cerebros, especialmente de nuestros jóvenes en zonas rurales.

 

No basta ir al CADE o emitir comunicados, hay que darle credibilidad a la palabra y la única forma es ejecutando, metiéndose la mano al bolsillo, aunque les duela.

 

 

 

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