Por José Ignacio de Romaña, publicado en Perú21
"Un tren bioceánico no es solo infraestructura: es la herramienta más poderosa para integrar la sierra y la selva al mundo, impulsar el turismo, desarrollar la industria forestal, agrícola, energética y ganadera".
El Estado peruano es una entidad viva. Sus compromisos y aspiraciones no dependen de los cambios de gabinete ni de las declaraciones puntuales de una autoridad. Por eso sorprendió que el primer ministro Eduardo Arana señalara esta semana que el Perú “jamás ha participado” en la propuesta del tren bioceánico impulsada por Brasil y China, y que el Gobierno “no ha autorizado ni piensa invertir” en dicho proyecto.
La realidad es otra. En 2014, Perú firmó un acuerdo tripartito con Brasil y China para estudiar la viabilidad de un ferrocarril transcontinental que conecte el Atlántico con el Pacífico a través de nuestro territorio. Desde entonces se han hecho visitas técnicas, informes de campo y estudios de preinversión. Desconocer este proceso puede responder a una visión fragmentada o desactualizada, pero no borra el hecho de que el Perú ya está y, debe seguir estando, en esa conversación estratégica de largo plazo.
En septiembre de 2017, durante el III Gabinete Binacional Perú–Bolivia celebrado en Lima, el entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski —junto al vicepresidente Martín Vizcarra y el mandatario boliviano Evo Morales— expresó públicamente su respaldo a una ruta alternativa del tren bioceánico que pasara por Bolivia. Con ello, se desvió el impulso original del proyecto China–Brasil–Perú, cuya ruta directa había sido evaluada por China Railway Group (CREC). Este giro fue percibido como un primer desplante a la propuesta china.
De concretarse hoy un nuevo desinterés oficial, estaríamos frente a una segunda señal contradictoria hacia el presidente Xi Jinping, quien en su discurso durante el APEC 2024 destacó su deseo de “hacer brillar al Perú” y fortalecer su integración con Asia. Dar la espalda a este proyecto estratégico no solo sería un error logístico, sino también diplomático.
Más aún, el propio Ministerio de Economía y Finanzas ha aprobado el financiamiento de estudios para la construcción de un tren entre Lima y Pucallpa, lo que revela una seria incongruencia dentro del mismo equipo ministerial. ¿Cómo es posible que un sector del Ejecutivo impulse la conexión ferroviaria hacia la Amazonía mientras otro la descarta públicamente?
Y lo más importante: ¿cómo no ver que esta es una oportunidad única para el desarrollo del país? La posibilidad de que la segunda y la novena economía del mundo deseen unir sus mercados pasando por el Perú es una señal para celebrar, no para temer. Es una apuesta por el comercio global, pero también por la inclusión territorial.
Un tren bioceánico no es solo infraestructura: es la herramienta más poderosa para integrar la sierra y la selva al mundo, impulsar el turismo, desarrollar la industria forestal, agrícola, energética y ganadera, y brindar oportunidades reales a millones de peruanos históricamente excluidos.
Frente a esto, resulta difícil de entender cómo el Estado continúa destinando miles de millones de dólares a cubrir déficits estructurales de empresas públicas como Petroperú o en megaproyectos como la Refinería de Talara, y al mismo tiempo parece cerrarle la puerta a la obra de integración continental más importante desde el Canal de Panamá.
El Perú debe recuperar su vocación de conexión. El tren bioceánico no solo es viable: es necesario, es rentable y es estratégico. Postergarlo o minimizarlo es renunciar a nuestra posición geográfica privilegiada y a la posibilidad de liderar la integración regional del siglo XXI.
Fuente: CanalB
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