Por Víctor García Toma, publicado en La Noticia
El poder referido al gobernante implica la capacidad de una persona o un grupo de personas legitimadas por la voluntad del pueblo para determinar, condicionar, dirigir o inducir la conducta de los demás, en base a cartabones normativos, políticos y técnicos, al servicio de objetivos y responsabilidades prescritas por la Constitución. El ejercicio del poder alcanza la plenitud cuando el premunido de esta potestad da cuenta concreta de tres atributos: el liderazgo, la energía y la competencia.
El liderazgo se entiende como la capacidad de conseguir la adhesión axiológica y emocional que motiva a creer, seguir, involucrar y sostener una confianza colectiva. La energía supone la disposición psicológica y material de vencer la resistencia de los desacatantes de las disposiciones contenidas en la Constitución y la ley. La competencia expresa una actuación cimentada en el conocimiento, experiencia, habilidad y aptitudes para mandar.
Ante el marasmo de una serie de candidaturas dispuestas a sacrificarse en favor de los intereses de la patria, sería bueno que los ciudadanos observemos con calma nuestra determinación de voto en las próximas elecciones. Por el momento, solo queda resignación y valor para reconocer que como colectivo, hicimos mal uso de las bondades de la democracia.
No debemos de ignorar a los que están dispuestos de cambiar su ideología, sus lealtades cívicas y hasta su coherencia personal, en pro del sueño nunca adormecido de ser nuestro gobernante. Peor aún, es el caso de los huele guisos que en un rapto de iluminación se declaran predestinados a salvar a la patria con súbito y no reclamado esfuerzo político.
Asimismo, próximamente tendremos la oportunidad electoral, de corregir, para no repetir que sobre el gobierno aparezcan los influyentes por obra y gracias del felpudo, la escoba, el bacín y el trapo. El poder del hombre o la mujer en la sombra en nuestro país ha llegado a niveles francamente ridículos.
La historia registra casos de personalidades dotadas de influencia psicológica, ascendiente político o hasta formas refinadas de chantaje. Allí desfilan los casos de Rasputín, la marquesa de Pompadour, Manuel Godoy y Fouché.
Nuestro caso es más lamentable. Los hombres de la sombra, despojados de cualquier atributo personal o hecho condicionante, les ha bastado con la lisonja pueril, la sumisión abyecta o el ser parte de un coro de parroquia, para tener acceso algo, que en circunstancias dependientes del mérito y la convicción no habrían alcanzado.
Al parecer nos hemos acostumbrado a subir algunos peldaños en la pirámide del poder y permanecer en él, tirando al tacho la dignidad. Por ahora, siendo conscientes de que esto no cesará, debemos tener una mirada altiva de desprecio y voz sonora de crítica, para que la ciudadanía no asuma esta anormalidad como parte de la normalidad en el poder.
Fuente: CanalB
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