Por Alfonso Baella Herrera, CEO de CanalB.pe
 
El Perú soporta nuevamente una etapa de inestabilidad política. Los primeros días del gobierno de José Jerí en la presidencia, de Renzo Reggiardo en la alcaldía de Lima y de Fernando Rospigliosi en la presidencia del Congreso dibujan un triángulo de poder peculiar: tres autoridades que no llegan al cargo por el cauce electoral directo, que asumen con legitimidad pero enfrentan la presion de una ciudadanía cansada de la inseguridad, del desgobierno y del estancamiento económico.
 
Lo que tienen en común es evidente: están llamados a sostener lo poco que queda en pie del sistema político. Son un gobierno-puente en medio del inicio del proceso electoral. Una administración que debe gobernar mirando hacia adelante, pero evitando al mismo tiempo el derrumbe institucional. El reto no es menor: la delincuencia se ha convertido en una forma de poder paralelo, el Estado parece corroído por dentro, y las fuerzas de la izquierda caviar —en su lógica de demolición del sistema para luego capitalizar el caos— están listas para empujar al país al vacío.
 
La impronta Jerí: la urgencia como mandato
 
Los primeros días del presidente José Jerí han estado marcados por un mensaje directo y una acción clara: enfrentar a la delincuencia como si se tratara de una guerra. La ciudadanía exigía eso. Y quizá ese sea su mayor capital político: la expectativa de que alguien finalmente haga lo que tantos prometieron y nadie ejecutó.
 
Jerí ha puesto el foco donde más le duele al país:
	- Declaratorias de emergencia.
- Mayor presencia militar y policial en las calles.
- Desarticulación de bandas organizadas y mafias.
- Un discurso de autoridad que contrasta con la pusilanimidad que se había normalizado desde Palacio.
 
Se podrá discutir si las medidas tienen la profundidad necesaria o si son, por ahora, apenas la superficie de la crisis. Pero en política la percepción importa, y hoy Jerí transmite actitud de gobierno. Se presenta como un presidente que no quiere administrar problemas sino enfrentarlos. Eso, en un Perú traumatizado por la criminalidad, ya significa mucho.
 
Renzo Reggiardo: una alcaldía tomada por el desafío de defender Lima
 
En Lima, Renzo Reggiardo ha asumido con la urgencia del que no tiene tiempo que perder. Su mensaje ha sido claro: la capital debe recuperar el control de sus calles y va a defenderla. Él es, probablemente, la autoridad más expuesta al escrutinio público inmediato. Si la delincuencia no retrocede pronto en Lima, no habrá relato que le aguante.
 
Su inicio ha tenido dos ejes:
	- Seguridad urbana: operaciones en zonas de criminalidad, tecnología que sí funciona y mucha apertura. 
- Ordenamiento y autoridad: una narrativa coordinando efectivamente con el ejecutivo y otras autoridades.
 
Fernando Rospigliosi: Congreso y estabilidad, una tensión permanente
 
La presidencia del Congreso recae en alguien con larga trayectoria en seguridad ciudadana y orden interno. Pero su reto aquí es otro: construir gobernabilidad desde un Parlamento en estado de sospecha permanente.
 
Rospigliosi recibe un Congreso desprestigiado, pero con un poder concreto: la capacidad de bloquear o sostener al presidente. En sus primeras acciones ha buscado ofrecer una señal de estabilidad institucional: evitar nuevas aventuras destituyentes y, a la vez, marcar una agenda legislativa de apoyo al combate contra el crimen organizado.
 
Su desafío político es inmenso: conducir un Legislativo donde coexisten los que quieren que el Perú avance y los que necesitan, por razones ideológicas o intereses subalternos, que todo fracase. Las luchas internas no tardarán en hacerse evidentes. Y allí se jugará su liderazgo.
 
¿Qué hay detrás de estas tres transiciones?
 
Lo que está en juego es la supervivencia misma del sistema democrático peruano. Si estos tres líderes fracasan:
	- fracasará la seguridad,
- fracasará la economía,
- fracasará el proceso electoral,
- y renacerá la tentación autoritaria del populismo radical.
 
Las fuerzas de izquierda caviar —que en cada crisis ven una oportunidad— están al acecho. Su discurso ya está escrito: “el sistema no funciona, hay que reemplazarlo”. Su objetivo es dinamitar la institucionalidad para tomar el poder no construyendo, sino arrasando. Si se cae este trípode de transición, ellos serán los ganadores.
 
Por eso, sostener la gobernabilidad ya no es un lujo ideológico. Es una necesidad de supervivencia nacional.
 
El mensaje que el Perú debe escuchar
 
Estamos en un punto de inflexión. Este gobierno de transición puede ser o el último esfuerzo por salvar la democracia en un contexto adverso o el preludio de un colapso mayor, si se deja manipular o intimidar.
 
Salvamos la democracia o colapsa la democracia. 
 
Jerí, Reggiardo y Rospigliosi han asumido roles que no pidieron, pero que la historia les ha asignado. Hoy representan el dique que separa al Perú de un abismo al que podríamos caer sin control. 
 
Si estos tres ejes —Presidencia, Alcaldía de Lima y Congreso— funcionan coordinados, el país tendrá la posibilidad de llegar con cierta estabilidad a las elecciones que vienen. Si no, quienes apuestan por la demolición de la institucionalidad celebrarán sobre las ruinas de un país sin defensa.
 
El futuro inmediato del Perú no está en la épica ni en los discursos. Está en la capacidad de sostener lo que aún existe y reconstruir lo que hemos perdido.
En esa tarea, la historia no esperará a los indecisos.