Escrito por Tony Tafur
Periodista del diario El Reporte
La marcha de este 15 de octubre, el sueño del octubrazo caviar, se desinfló. No solo por el aterrizaje de un gabinete ministerial más técnico, lo que elevó la expectativa respecto a la lucha contra el crimen, sino también porque algunos frentes claves, como los ronderos de Pataz, los gremios de transportistas o la comunidad sanmarquina, decidieron dar un paso al costado al notar que la matriz de esta movida en las calles tiene un alto tinte violentista.
Todo empezó con el alcalde de Pataz, Aldo Carlos Mariños, y un grupo de ronderos con el que llegó a Lima tras caminar 48 días desde su región para exigirle al presidente José Jerí, recientemente elegido, que cumpla con sus demandas, una de estas materializar una estrategia efectiva contra la criminalidad, sobre todo el de la minería ilegal. La atención, casi inmediata y en Palacio de Gobierno, concluyó con la programación de varias mesas de diálogo. Esto provocó una ruptura irreversible con los promotores de la protesta, que ya los tenían como otro paquete humano para reactivar el caos en la capital. Pero el apartamiento no fue el límite. Luego, varios elementos de la supuesta Generación Z reventaron la tranquilidad de los ronderos, quienes estaban concentrados en la Plaza San Martín a la espera del retorno a su región, y fueron perseguidos para ser atacados. Incluso hay videos en TikTok donde se escucha a algunos usuarios gritando: “los van a quemar, los van a quemar”.
“No me gusta la violencia. La rechazo en todos sus extremos (…). Me comentan los ronderos que han sido agredidos por lo que esa actitud me aleja de ustedes. No asistiré este miércoles 15 a la marcha que ustedes están convocando”, anunció en un video, mientras prácticamente en simultáneo varios satélites de la marcha izquierdista lo atacaban por aplicar el sentido común.
Y así empezaron a darse otros divorcios lógicos en esta marcha, entre ellos el de los gremios de transportistas. Luego de reunirse con el Ejecutivo y alcanzar acuerdos concretos en materia de lucha contra la extorsión, las principales organizaciones del sector de Lima y Callao comunicaron que no acatarán la paralización convocada por la izquierda. Así lo hizo saber uno de los dirigentes, Martín Ojeda, quien anunció que el servicio no iba a paralizarse.
Algo similar ocurrió con los sanmarquinos. A diferencia de otras ocasiones en las que el activismo estudiantil de la Decana servía como combustible para las protestas, esta vez varios colectivos internos decidieron marcar distancia. Las razones van desde el hartazgo por la instrumentalización política hasta la creciente percepción de que la marcha fue capturada por grupos radicales y no responde a una agenda académica ni universitaria. Y una de las más importantes: es porque están en semana de parciales. Por tal razón, decidieron no ser otro ariete en esta movilización.
Incluso sectores del mundo artístico y mediático, usualmente proclives a las causas “progresistas”, empezaron a bajarse del barco. Una de ellas fue la conductora María Pía Copello y varios más. Notaron que el cálculo fue simple: sumarse a un evento sin objetivos claros y con riesgo de violencia abierta es un riesgo innecesario.
Al final, lo que queda en pie es el núcleo duro de siempre: los caviares de salón y la izquierda radical. Son Gino Costa, Rosa María Palacios y un puñado de opinólogos y activistas de escritorio, los que vienen alentando la marcha desde sus tribunas mediáticas, acompañados —cómo no— por el golpista Pedro Castillo y su círculo más cercano. Es decir, los mismos rostros y discursos que ya fracasaron en generar una verdadera movilización popular, pero que insisten en reactivar la calle como marca de presión política.
En el fondo, lo que veremos este 15 de octubre no es una insurrección popular, sino un ritual de autoconvencimiento: la izquierda marchando para demostrarse a sí misma que todavía existe. Sin músculo social real, la épica revolucionaria se reduce a un desfile de consignas recicladas con más megáfono que gente.
Fuente: CanalB
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