Los recientes ataques de Estados Unidos contra embarcaciones señaladas de transportar droga en el Caribe han reactivado el debate sobre cómo operan los carteles latinoamericanos y, sobre todo, desde qué países salen los envíos ilícitos hacia territorio estadounidense.
Aunque el discurso político se centra en justificar los operativos como parte de una “guerra contra el narcotráfico”, especialistas y organismos internacionales señalan que el verdadero foco debería estar en las rutas que conectan América Latina con el principal mercado consumidor de cocaína del mundo: Estados Unidos.
La cadena del tráfico comienza en tres países andinos donde se produce casi toda la cocaína global: Colombia, Perú y Bolivia. Allí la hoja de coca es procesada en laboratorios clandestinos hasta convertirse en clorhidrato de cocaína, lista para ser distribuida internacionalmente. Desde esos puntos, la droga es trasladada hacia países vecinos como Ecuador o Venezuela, aprovechando su ubicación geográfica y sus extensas costas para dar el salto hacia Centroamérica o México.
De acuerdo con estimaciones de agencias antidrogas, la mayoría de cargamentos no viaja de manera directa hacia Estados Unidos, sino que sigue trayectos fragmentados que combinan rutas marítimas y terrestres. La vía dominante es el océano Pacífico: lanchas rápidas, barcos pesqueros y sofisticados semisumergibles trasladan grandes toneladas de cocaína hasta las costas de México o países centroamericanos, desde donde continúa por tierra hasta ingresar a EE.UU., casi siempre a través de la frontera común.
El Caribe también es una ruta activa. Aunque perdió protagonismo frente al Pacífico, la presión estadounidense sobre México y el incremento del consumo han hecho que vuelva a ganar relevancia. Allí aparecen puntos clave como República Dominicana, Puerto Rico, Trinidad y Tobago o Curazao, utilizados tanto para enviar droga hacia Estados Unidos como hacia Europa. Expertos llaman a esto el “efecto vejiga”: cuando se cierra una ruta, el flujo simplemente se desplaza hacia otra zona.
Además del transporte marítimo, existe una red de vuelos clandestinos, principalmente desde Venezuela y otros países fronterizos con Colombia, que llevan cocaína hacia pistas improvisadas en México o Centroamérica. Una vez descargada, la mercancía sigue la ruta habitual hacia el norte. La cocaína no viaja sola en estas operaciones: metanfetamina y heroína también se desplazan por estos corredores, pero ninguna ruta aérea o marítima sudamericana está vinculada de forma relevante al fentanilo.
El fentanilo —la droga que más muertes causa en Estados Unidos— tiene otro origen. Se fabrica casi por completo en México a partir de precursores químicos que llegan de Asia, especialmente de China. Según expertos en seguridad, el tráfico de este opioide sintético no depende de rutas sudamericanas ni de embarcaciones interceptadas en el Caribe, lo que alimenta dudas sobre si los bombardeos a “narcolanchas” buscan realmente combatir la droga o responden a otros objetivos geopolíticos.
Mientras las rutas se adaptan y multiplican, la presión se mantiene sobre América Latina, que sigue siendo el punto de partida de la cocaína que abastece al mercado estadounidense. Para los analistas, la clave no solo es identificar los países involucrados, sino entender que la ruta del narcotráfico es dinámica: cuando un corredor es cerrado, siempre surge otro. El negocio continúa porque la demanda en Estados Unidos no disminuye; solo cambia el camino para llegar hasta allí.
Fuente: CanalB
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