Opinión

La calle manda; por Augusto Cáceres Viñas

Publicado el 10 de octubre de 2025

Por Augusto Cáceres Viñas

 

Dina Boluarte fue una pésima presidenta, sin ninguna duda, como también lo fueron los últimos seis mandatarios que hemos tenido en los últimos nueve años.


¿Era pertinente cambiar de presidente por ello?


Más allá de la forma en que la expulsaron —absolutamente deslucida y matonesca— no existía ninguna razón válida para que, faltando cinco meses para las elecciones, vacaran a la presidenta.


Un momento, podría decirme usted, amable lector: ¿y la inseguridad ciudadana desbordada, los asesinatos de transportistas, las balaceras contra grupos musicales, las extorsiones que son pan de cada día, no son suficiente motivo?


Con todo respeto, todo eso, que es gravísimo y repudiable, merecía que se cambiara al comandante general de la PNP (recién nombrado), al ministro del Interior, al presidente del Consejo de Ministros y, si era necesario, a todo el gabinete, para intentar una política más efectiva y eficaz en los últimos nueve meses que le quedaban al gobierno.


Pero no. Este Congreso se sentía ligado a Boluarte como la hiedra a la pared.


Dina Boluarte debió irse a su casa hace mucho tiempo, junto con este impresentable Congreso. Sin embargo, ella fue servil y útil —de una u otra forma— a varios grupos y partidos dentro del Parlamento. Por esa razón la sostuvieron mientras les sirvió, y se deshicieron de ella cuando dejó de ser funcional, especialmente cuando la supervivencia de los partidos y sus bancadas empezó a peligrar.


Las marchas y paros, azuzados por grupos antidemocráticos y antisistema, habían arreciado, y todo el descalabro provocado por las malas decisiones del Ejecutivo, el Legislativo y el Poder Judicial —obra de nuestros pésimos gobernantes en todos los poderes del Estado— tuvo un chivo expiatorio: Dina Ercilia Boluarte.


Los posibles resultados adversos para varias agrupaciones en las elecciones de 2026 sacudieron a las cúpulas partidarias y sus bancadas en el Parlamento nacional, que hasta ese momento sostenían a la presidenta. Entonces le bajaron el dedo, e intentarán ahora desligarse por completo de los errores y desaciertos de Dina Boluarte. Pero eso está por verse: es como el gigante que ahoga al pequeño para no hundirse él.


La señal enviada por el Congreso y los parlamentarios es clara: la calle manda, y lo que esta exija, reclame o vocifere, se hará.


Ya hemos visto cómo una minúscula turba salvaje y violenta agredió a un candidato presidencial, porque no piensa como ellos, y prácticamente lo expulsó de una ciudad. Aunque ese no es el sentir mayoritario de los puneños, la calle está tomada por la violencia, y es su ley la que se aplica.


¿Qué le espera al nuevo presidente bajo esas circunstancias? Solo incertidumbre.


Si no satisface a la muchedumbre azuzada, manipulada y financiada por las economías ilegales —minería ilegal, narcotráfico, contrabando, tráfico de tierras y de personas— en asociación ilícita con los violentos antidemocráticos, totalitarios y sus tontos útiles, podría terminar como Merino.


A menos de seis meses de la primera vuelta presidencial, en abril de 2026, y ya en plena campaña electoral, el futuro del Perú y las consecuencias de lo decidido por el Congreso al vacar a Boluarte son imprevisibles.


Entramos desde hoy a un periodo de mayor inestabilidad política, en el cual la sensatez ha sido dejada de lado, una vez más, por la angurria política.


Bajo esta sombra oscura, ¿qué le espera al próximo presidente y gobierno del 2026 si no cuenta con una sólida y mayoritaria representación parlamentaria? Lo previsible es que ocurra lo mismo que con PPK y sus sucesores hasta Dina: vivir bajo la espada de Damocles de la vacancia.


¿Y qué le espera al Perú bajo estas circunstancias?


La inestabilidad, enemiga número uno de la planificación y el progreso, que estimula el desánimo, ahuyenta las inversiones y es caldo de cultivo para la crisis y el caos.


¿Qué podemos hacer?


Más allá de encomendarnos al Altísimo para que no nos abandone e ilumine a todos los peruanos —que nunca está de más— tenemos una oportunidad de oro, dentro de seis meses, de elegir bien. Quizá como nunca antes debemos escudriñar la vida de todos los candidatos, mirar profundamente de dónde vienen, qué hacen, qué han hecho, sus logros y defectos personales, su vida familiar, su entorno y, especialmente, si son personas con principios y valores, sensatas, razonables y con sentido común. Es difícil, pero imprescindible. De lo contrario, tendremos diputados y senadores “niños”, “mocha sueldos”, “come pollos”, “roba cables” y un largo etcétera de incapaces, como los que hoy pululan en el Congreso.


Por último, las autoridades y los funcionarios públicos se deben a los ciudadanos y trabajan por el interés general y el bien público. La muchedumbre vocinglera y violenta que busca el caos y la parálisis, manipulada por los totalitarios y apátridas que representan la perniciosa ley de la calle, nunca debe ser escuchada ni atendida.

 

 

 

Fuente: CanalB

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