Opinión

La verdadera salvación no vendrá del cielo... vendrá del conocimiento compartido

Publicado el 30 de junio de 2025

En el amplio devenir de la humanidad, han existido grandes pensadores, profetas y guías espirituales, surgieron como luminarias en momentos de oscuridad, ofreciendo consuelo, moral y sentido a pueblos que, sumidos en la incertidumbre de lo inexplicable, buscaban respuestas en lo divino y lo absoluto. Sus enseñanzas marcaron una era en la que lo sobrenatural era el refugio ante la fragilidad de la existencia.


Sin embargo, a lo largo de los siglos, las voces de estas figuras trascendentales se tornaron en ecos manipulados por mentes con claros intereses ideológicos, políticos o doctrinarios, que utilizaron sus mensajes como estandartes para imponer dogmas, sofocar la crítica y frenar la evolución del pensamiento. En lugar de permitir que sus enseñanzas se reformulen a la luz del conocimiento creciente y la madurez ética del ser humano, muchos prefirieron congelarlas en el tiempo, volviéndolas inmutables, absolutas y excluyentes.


Hoy, en pleno siglo XXI, cuando la tecnología ha alcanzado niveles que antaño serían considerados pura magia, y el conocimiento cruza los límites de la imaginación, no necesitamos que el desconcierto embargue a las nuevas generaciones, no por la ausencia de fe, sino de la rigidez de quienes se niegan a avanzar, perpetuando esquemas de pensamiento ajenos a los desafíos de nuestro tiempo. La espiritualidad —si ha de sobrevivir— debe ser un camino abierto, no un molde inflexible; un río que fluye con el cambio, no un estanque que repite fórmulas caducas. Solo así podremos reconciliar lo sagrado con lo humano, lo eterno con lo que evoluciona.


Pero hoy ya no es suficiente la oración ni la contemplación. No basta el ayuno, el dogma o el rito. Porque mientras millones oran por paz, otros alimentan guerras con intereses geopolíticos, fanatismos religiosos y ambición sin rostro. Así mismo en muchos ejércitos, sacerdotes y pastores bendicen soldados y armas, ofreciendo consuelo espiritual mientras se preparan para matar.


El mundo no arde por castigo celestial, sino por errores humanos; decisiones corruptas, omisiones criminales, egos descontrolados y una desinformación feroz disfrazada de verdad. El hambre, la contaminación, las pandemias y el cambio climático no son “designios divinos”, son consecuencias de políticas fallidas y sociedades que han puesto el poder por encima del bien común.


Bajo discursos de fe y patria, se ocultan negociaciones de muerte. Misiles bendecidos por pastores, bendiciones sobre ejércitos que bombardean hospitales.


En muchos rincones del mundo, la religión ha sido secuestrada por extremistas, la política por corruptos, y la verdad por campañas de desinformación.


Frente a esto, el siglo XXI no necesita más líderes que dividan al mundo en creyentes y no creyentes. Necesita líderes científicos que unan a la humanidad con datos, con ética, con esperanza fundada en hechos.


Hoy, más que nunca, necesitamos otro Galileo, que nos enseñe a mirar el cielo no con superstición, sino con telescopios. Otro Newton, que nos devuelva la claridad de leyes naturales ante tanta manipulación ideológica. Otro Einstein, que nos recuerde que todo es relativo, incluso nuestras convicciones, y que la energía mal orientada puede ser fatal. Necesitamos otro Stephen Hawking, que con mente brillante y cuerpo limitado, nos enseñó que el universo se entiende con humildad, con cálculo y con asombro. Otro Tesla, que nos devuelva la pasión por inventar para el bien común, no por intereses comerciales.


Pero también —y esto es urgente— necesitamos otro Pasteur, otro Koch, otra generación de científicos que como ellos, dedicaron su vida a proteger la nuestra.


Pasteur, con su revolucionario concepto de la vacunación y la pasteurización, salvó millones de vidas sin levantar una sola bandera religiosa o política. Koch, al identificar los agentes causantes de enfermedades como la tuberculosis o el cólera, abrió las puertas a la medicina moderna. Ninguno de estos científicos emplearon una sola bala.


Necesitamos entender el pensamiento de Carl Sagan, el poeta del universo, el mensajero de la razón con alma de filósofo. Sagan nos advirtió que la ciencia no es enemiga de la espiritualidad, sino su evolución natural, una espiritualidad sin supersticiones, basada en la maravilla real del cosmos, en la humildad de entender que somos un punto azul pálido perdido en una vastedad del universo sin centro. Carl Sagan entendió que el conocimiento no es soberbia, es el único camino hacia la supervivencia consciente. Si no aprendemos a pensar críticamente estaremos condenados a repetir la barbarie con tecnología del siglo XXI y valores del siglo I. Significa que, aunque hemos avanzado en ciencia, inteligencia artificial y armas de precisión, seguimos actuando con mentalidad tribal, fanática y primitiva. Tenemos herramientas modernas, pero decisiones arcaicas.


Matamos con drones, pero odiamos como en las cruzadas. Si no evolucionamos también en ética, empatía y pensamiento crítico, la ciencia será usada para destruir en lugar de construir. No basta con tener progreso técnico. Necesitamos una revolución moral que esté a la altura de nuestra inteligencia. Porque si no, el futuro será tecnológicamente brillante, pero humanamente oscuro. Hoy, millones de vidas se preservan no por milagros, sino por los grandes descubrimientos fruto de la ciencia rigurosa, de noches en laboratorios, de ensayos, fracasos, perseverancia y ética. Sin ellos, muchas enfermedades nos habría devastado como ocurrió con otras civilizaciones que se extinguieron. Sin ellos, nuestras propias defensas biológicas no podrían luchar.


Cada avance científico es un acto silencioso, no los vemos en los templos, ni en las redes sociales, ni en campañas políticas. Pero sin ellos, nuestras civilizaciones colapsarían ante cada virus.


Si queremos preservar la especie humana, no necesitamos más promesas que prometan el paraíso, sino más científicos que eviten el infierno que nosotros mismos estamos construyendo.


El futuro dependerá de cuántos niños soñarán con equipos de investigación en lugar de fusiles, con ecuaciones en lugar de discursos fanáticos, con trabajar en laboratorios en vez de trincheras. Porque el próximo gran avance no vendrá de una revelación divina… vendrá de una mente humana comprometida con la vida, la verdad y el planeta.


La historia nos advierte: las civilizaciones que no dominan su ignorancia, terminan dominadas por sus propias armas. Hoy, el verdadero peligro no es la ausencia de fe… es la ausencia de pensamiento. Porque si no cultivamos el conocimiento, la ética, la curiosidad científica, la empatía humana, seremos una especie con misiles intercontinentales y conciencia paleolítica.


Y SI NO ENTENDEMOS ESO, NO HABRÁ DIOS QUE NOS SALVE DE LA EXTINCIÓN QUE HOY ESTAMOS PREPARANDO CON NUESTRAS PROPIAS MANOS.


POR: MFD

 

 

 

 

Fuente: CanalB

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