Por José Ignacio De Romaña, publicado en Perú21
"Necesitamos diversificar la matriz productiva andina y construir plantas de procesamiento, generarles valor agregado".
En el Altiplano peruano sembrar papa es tradición, identidad y subsistencia. Pero, cuando los números se enfrentan a la realidad, el resultado es alarmante: la mayoría de familias campesinas que cultivan papa siguen atrapadas en la pobreza, con ingresos anuales por hectárea que apenas superan los S/8,000 netos. Eso equivale a menos de S/700 mensuales por familia, sin margen para emergencias, inversión ni mejora productiva.
Peor aún, las regiones con mayor producción, como Puno, Huánuco, Ayacucho y Cusco, son también las que registran las tasas más altas de anemia infantil del país, alcanzando en algunos distritos hasta un 60 %. Es el rostro más crudo de una economía rural que no transforma ni alimenta. Las cifras lo confirman. El Perú produce 5.5 millones de toneladas de papa al año, con una productividad promedio de apenas 15 toneladas por hectárea. En contraste, China supera los 95 millones de toneladas anuales; e Idaho, en Estados Unidos, logra rendimientos de hasta 68 t/ha. Mientras tanto, una hectárea de cereza chilena puede generar ingresos por más de S/150,000. Producimos menos, vendemos sin valor agregado y carecemos de poder de negociación. Así se perpetúa un ciclo que alimenta pobreza y anemia infantil.
Y, sin embargo, tenemos altitudes privilegiadas para cultivos de alto valor por kilo: aguaymanto, maca, quinua negra, flor de tarwi, muña, frambuesa, café especial, palta Hass. Con ciencia, innovación y visión de mercado, podríamos liderar nichos de exportación que pagan mucho más por menos volumen, incluso competir con la cereza chilena.
Chile lo entendió. Analizó la demanda asiática, apostó por productos de alto valor, invirtió en investigación y transformó su agricultura. El Perú, en cambio, sigue sembrando papa para un mercado saturado.
Nuestra papa no es competitiva como commodity. Si queremos que lo sea, el INIA y el Centro Internacional de la Papa deberían desarrollar una marca país para papas nativas orgánicas, con trazabilidad, denominación de origen y valor agregado. Y, si eso no basta, promover el acceso a semillas mejoradas, como las de Idaho. Y, si eso tampoco alcanza, invertir en ciencia para saber qué sembrar, dónde, cuándo y para qué mercado, maximizando rentabilidad y sostenibilidad.
Necesitamos diversificar la matriz productiva andina y construir plantas de procesamiento, generarles valor agregado, junto con infraestructura logística moderna que conecte al agricultor con los grandes centros de consumo. Ya hay una ruta posible. En Ayacucho, el empresario Carlos Añaños creó Tiyapuy, una empresa que compra papa nativa pagando un precio superior al precio de chacra, beneficiando a más de 4 ,000 familias, muchas de ellas ahora socias del proyecto. Ha invertido US$15 millones en una planta que procesa 10,000 toneladas al año, con proyección a duplicarse, y ya exporta el 12% de su producción a EE.UU., México, España y Colombia. No es coincidencia que la pobreza monetaria en Ayacucho haya bajado de 39.4 % en 2023 a 32.9 % en 2024.
O seguimos sembrando pobreza en forma de papa o transformamos la sierra en una zona productiva rentable, exportadora, sostenible y saludable. Y eso solo será posible si rompemos el aislamiento de siempre. Es hora de invertir en investigación, infraestructura, tecnología y valor agregado.
Dejemos de pensar que el agricultor altoandino solo puede sobrevivir; tiene todo para volar. El mercado asiático está a un paso; analicemos su demanda y conectemos eficientemente con él. Sembremos lo que el mercado demanda. Mientras tanto, la pobreza seguirá echando raíces… entre papas que no alimentan ni enriquecen, y una anemia infantil que se cosecha en la salud de nuestros más indefensos compatriotas.
Fuente: CanalB
La secretaria de prensa Karoline…
El abogado Humberto Abanto, defensor…
Lima Airport Partners (LAP) retiró…
La penalista Romy Chang alertó…
El alcalde de Surco, Carlos Bruce,…