Por Augusto Cáceres Viñas

Hoy se cumplen tres años desde que un grupo de fiscales y policías corruptos, obedeciendo órdenes políticas, fabricaron una acusación en mi contra.

Tres años desde que intentaron destruirme con una investigación secreta, irregular y sin una sola prueba.

Tres años desde que una jueza suplente avaló esa vergüenza jurídica.

Me allanaron la casa a las 3 a.m.

Rebuscaron hasta en los pañales y los juguetes de mis hijos.

No encontraron nada. Porque no había nada.

Me esposaron, me exhibieron, me encerraron en celdas indignas.

Querían quebrarme.

Querían callarme.

Querían sacarme del camino.

Fallaron.

Hoy, la Contraloría ha confirmado que no tengo responsabilidad alguna.

No existe chat, audio, video, testigo ni documento que me implique.

Nada.

Cero.

A pesar de ello, un fiscal inepto y probablemente corrupto insiste en sostener una acusación muerta. Y lo hace aun cuando no existe absolutamente nada en mi contra, manteniendo abierto un caso sin ninguna justificación.

¿Por qué?

Porque reconocer su error lo destruiría a él, no a mí.

En cualquier país serio este caso se archivaba en cinco minutos.

En el Perú, el sistema judicial está tomado por mediocres, serviles y cobardes.

Pero no me van a cansar.

Ni a detener.

Ni a intimidar.

Los golpistas que ordenaron esta infamia —Castillo, Aníbal Torres y sus cómplices— hoy están donde deben estar: tras las rejas o políticamente muertos.

Yo sigo aquí.

De pie.

Más fuerte.

Más decidido.

Más incómodo para ellos que nunca.

La justicia verdadera llegará.

Y cuando llegue, no solo será mi victoria.

Será la victoria de todos los inocentes que aún hoy deben demostrar su inocencia en un país que camina al revés.

Tres años después, sigo luchando.

Y no me van a quebrar.