Opinión

Victor Raúl Haya de la Torre, por Carlos Espá

Publicado el 07 de mayo de 2024

Por Carlos Espá

 

De cuando en cuando uno se pregunta ¿cuál es el don que un ser humano posee que le otorga la capacidad de apropiarse del corazón de un pueblo?; ¿inspirar a un pueblo, elevándolo y rescatándolo de su horizonte inmediato? ;  ¿secuestrar la imaginación de un pueblo  durante generaciones y generaciones y cambiar profundamente no sólo la organización social de un país y, en definitiva cuenta, el curso de su Historia, sino transformar de modo irreversible el espejo en que ese país se ve a sí mismo?

 

Así como Miguel Grau es el peruano del siglo 19, Haya de la Torre es el peruano del siglo 20. ¿Qué don tienen en común ambos personajes?  Podría ser el don de la fragilidad: su fragilidad los hace grandes; su fragilidad comparada con la desmesura de los adversarios a los que libre y voluntariamente decidieron enfrentarse; lo poderoso del viento y la marea a los que antepusieron simplemente la voluntad de su carácter, su visión terca de que ciertos valores altos y nobles permiten a un pueblo triunfar aún en medio de la derrota, mantener la certeza en medio de la bruma , el perdón en medio de la traición, la frente en alto en medio de la pobreza, cultivar la fraternidad y la disciplina basados en el convencimiento de pertenecer a algo trascendente y superior  por lo que bien vale la pena vivir  y morir.

 

Cada vez que el pequeño Monitor Huáscar al mando de Grau surcaba el Pacífico Sur, la esperanza para el Perú de una victoria en la guerra se mantenía incólume. No importaba que el Huáscar contara apenas con dos cañoncitos de escasa envergadura y otros dos más pequeños aún. 
No importaba tampoco que al frente suyo tuviera una Escuadra enemiga compuesta de dos modernos acorazados, el Cochrane y el Blanco Encalada, dos corbetas, la O’Higgins y la Chacabuco, cuatro buques, la Esmeralda, la Covadonga, el Magallanes y el Abtao, además de varias embarcaciones artilladas. No importaba porque, cada vez que Grau se hacía a la mar, cada vez que Miguel Grau dominaba el Pacífico como en efecto lo hizo entre el 5 de abril de 1879 y el 8 de octubre del mismo año, la causa del Perú no podía estar perdida. 

 

Lo mismo podemos decir de la causa de la libertad a lo largo de gran parte del siglo 20. “Cada vez que Haya de la Torre estuvo libre, el Perú tuvo democracia. Cada vez que Haya de la Torre estuvo perseguido, refugiado o desterrado, el Perú padeció una dictadura”.  
La frase pertenece a Enrique Chirinos Soto. Es una frase certera; es una frase exacta que nos permite dimensionar cuánto se ofendió a la nación peruana, a sus derechos a la libertad y la justicia, durante el siglo 20. Cada vez que Haya de la Torre estuvo libre, el Perú tuvo democracia. Cada vez que Haya de la Torre estuvo perseguido, refugiado o desterrado, el Perú padeció una dictadura. 

 

Haya de la Torre estuvo preso en la isla penal San Lorenzo en 1923. En octubre de ese año es deportado. Su destierro duraría 8 años. Regresa al Perú en 1931 y al año siguiente es nuevamente encarcelado. Entre 1934 y 1945 es la Larga Clandestinidad: son 10 años y medio más. 

 

Tres años después, otra vez se decreta su ilegalidad la cual dura hasta 1956: es decir 8 años más incluyendo los 5 años y 3 meses en que Haya de la Torre estuvo recluido en la Embajada de Colombia. En 1968 es el golpe de Velasco diseñado contra Haya de la Torre: 12 años más de proscripción política. 

 

De manera que Haya de la Torre estuvo perseguido, refugiado o desterrado 40 años de su vida. 40 años por luchar por la unidad de América Latina; por vislumbrar un Perú mestizo, moderno, descentralista  y democrático. 40 años por exigir elecciones limpias y justas a fin de que la mayoría del pueblo pudiese expresar libre y soberanamente su voluntad. 

 

Haya de la Torre tuvo que hacer frente a todos los poderes cuando éstos se hallaban en el punto más alto de su capacidad impositiva y represora: a la oligarquía, al militarismo, al comunismo. Cuán extraña y paradójica alianza aquella construida sobre los escombros del civilismo. Una alianza para erigir a Prado Presidente en 1939  y, de paso, consagrarlo “El Stalin Peruano”. Una alianza para perpetrar el autogolpe que cerró el Senado “por falta de quórum” en virtud de lo cual Bustamante acabó legislando por decreto.  Una alianza para aplaudir el veto de 1962. 
Una alianza para solazarse ante el golpe de 1968. Una alianza abortada, al fin, gracias a la lucidez histórica de Luis Bedoya Reyes, quien frustró la pretensión de impedir que Haya de la Torre asumiera la Presidencia de la Asamblea Constituyente en 1978. 

 

Por eso enfatizo el triunfo en medio de la aparente o inmediata derrota. En todos los temas de fondo en los que polemizó, en todos los debates de importancia en los intervino, Haya de la Torre tuvo razón. 
Entre la visión excluyente, perennizadora de privilegios, la visión de un Perú hispanista y europeizado y la visión utópica y hasta cierto punto atávica de un Perú indigenista y andinizado, Haya de la Torre tuvo la visión incluyente de un Perú mestizo; doblemente mestizo, dicho sea de paso, pues el mestizaje que vino con la evangelización fue antecedido por el mestizaje emprendido por los Incas en su propio espacio civilizatorio. ¿Qué quedó de aquellas visiones hispanista e indigenista que con tanto apasionamiento abrazaron ciertos intelectuales? Nada. 
En el campo allende las ciudades, en nuestras zonas rurales, a la visión de un Perú agrarista y resentido, de mirada añorante anclada en el pasado, Haya de la Torre antepuso una visión tecnificada y agroexportadora. Hoy ¿quién se atrevería a discutirla? 

 

A la visión monopolista de una clase obrera llamada, por sí y ante sí, a conducir los cambios que la sociedad peruana reclamaba, Haya de la Torre antepuso la visión abarcadora y democrática de un proyecto nacional en el que todos los peruanos, intelectuales, empleados, industriales, comerciantes, trabajadores, agricultores, campesinos, tenían un lugar. 


A la visión chauvinista y desconfiada del nacionalismo militarista, Haya de la Torre antepuso la visión unionista y bolivariana de la integración continental. Se adelantó por décadas a lo que hoy es la Unión Europea. Y, por ese pecado, el pecado de ser un adelantado, la Constitución de 1933 lo proscribió por liderar un partido de “organización internacional”.  

 

En 1945, bajo la tesis del inter-americanismo democrático sin imperio, Haya de la Torre planteó un acuerdo entre América Latina y los Estados Unidos.  Hoy, más de 60 años después, esa visión recién se vuelve realidad en los Tratados de Libre Comercio. 

 

En el ámbito de las relaciones internacionales, a la visión de un conflicto ineludible entre Este-Oeste que consideraba al comunismo “un modo de producción alternativo e inexpugnable” frente al capitalismo, Haya de la Torre antepuso  la visión de un mundo interdependiente en la nueva era de la tecnología y la mundialización de los procesos. Cómo no, Haya de la Torre se adelantó a la globalización y predijo los procesos de la perestroika en la Unión Soviética y de la China de Deng Tsiao Ping. 

 

Pero, sobre todas las cosas, a la visión de un Estado impávido y autista, del Estado del laissez-faire del siglo 19, Haya de la Torre antepuso la visión de un Estado proactivo, regulador y meritocrático y preconizó las políticas económicas anticíclicas.  
Es más, puso de ejemplos el New Deal de Franklin Roosevelt, primero, y a los países de la Europa nórdica, más tarde. Hoy por hoy, ellos son modelos de desarrollo humano, social y económico. ¿Alguien podría en duda lo sensato de esta visión? 

 

Y, sin embargo, por estas ideas fue condenado. 

 

Haya de la Torre no fue Presidente del Perú en 1931 por el fraude. No fue Presidente en 1936 por el veto. No fue Presidente en 1939 por el veto y el fraude. No fue Presidente en 1945 por el veto. No fue Presidente en 1962 por el veto. 

 

Por eso resulta asombroso su discurso del 4 de julio de 1962, apenas unos cuantos días antes de que el presidente Prado fuera depuesto. 
En aquel discurso, el Discurso del Veto, la figura de Haya de la Torre se engrandece al nivel máximo debido a su sabiduría, a su profundidad, a su pedagógica elocuencia democrática y, sobre todas las cosas, debido a su estatura moral y espiritual. Este hombre, tantas veces ofendido como el Perú, tantas veces violentado en sus derechos como el Perú, tantas veces injuriado y calumniado como el Perú, este hombre a quien, a sus 67 años, se le volvía a negar autocráticamente el derecho de ejercer la primera magistratura de la Nación, no tiene en el Discurso del Veto un solo adjetivo, un solo vocablo que pudiera parecer altisonante o lastimero. Todo lo contrario. Se trata de una lección de vida como pocas se ha visto a lo largo de nuestra existencia republicana.  

 

Ante el agravio, ante la burda maniobra del adversario de aquella infausta hora, del falso demócrata que corre diligente a tocar la puerta de los cuarteles, ante el veto sáurico de la cúpula militar, Haya de la Torre responde: “No pretendo, ciertamente, en forma alguna lucrar políticamente con esta crítica situación que, sin duda alguna, me favorece  grandemente. Dejo antes bien esos fallos a la Historia. Siempre he dicho que la única vanidad o el único personalismo que me ha animado en la vida es tener una biografía completa cuando ya no pueda sentir los halagos de la vanidad… A mí me alienta y me inspira una sola aspiración: la Historia. Y yo sé que este momento y que esta situación es una entrega que la Historia me hace. No quiero, empero, aprovecharme de ella. Deseo, más bien, que laboremos, que construyamos, que sigamos adelante, porque hay que hacer Historia haciendo el Perú.”. 
Y en otro pasaje de aquel memorable  discurso, pronunciado en medio de tan  dramáticas circunstancias, de tan patente injusticia, en las que muchos otros podrían haberse sentido tentados a iniciar una algarada, una revuelta, una movilización de protesta de consecuencias imprevisibles, Haya de la Torre conmina a los compañeros: “Para las ofensas despiadadas, tremendas, no tengo memoria: que la Historia del Perú no es una excepción… El Perú ha vivido profundas crisis desde su independencia y lo han dividido los odios y lo han desangrado las contiendas más terribles. La Historia del Perú está así llena de esas tragedias… No se puede vivir del odio, no se puede vivir de la venganza, no de puede vivir de memorias, cuando ante todo y sobre todo está el destino y los designios de la patria”. 

 

Agradezco la distinción que un jurado tan ilustre me ha conferido. Felicito al Instituto Haya de la Torre por la encomiable, larga y paciente labor de mantener vivo el pensamiento de Haya de la Torre a través de sus publicaciones y conferencias. Hay mucho por estudiar, profundizar y desarrollar en el legado intelectual de Haya de la Torre. 

 

En su discurso inaugural como Presidente de la Asamblea Constituyente, Haya de la Torre exclamó  emocionado: «Recuerdo y rindo homenaje a los héroes anónimos de la clandestinidad y la persecución. A los que resistieron, estoicos, largos años de cárcel y torturas. A los que padecieron la estrechez y la angustia del destierro. A los que mantuvieron, bajo tiranías y dictaduras, viva y alta la esperanza de un Perú libre, justo y culto».
Esa debe ser nuestra consigna: “Un Perú libre, justo y culto”.


Muchas gracias.

 

 

 

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