Por Diego de la Torre de la Piedra, empresario
Publicado en El Reporte
Luego de la caída del Muro de Berlín, se intensificó el asalto marxista-gramsciano sobre importantes organismos internacionales, entre ellos las Naciones Unidas. Esta importante institución supranacional se fundó con el noble objetivo de prevenir guerras, derivado del horror que significó la Segunda Guerra Mundial.
Las Naciones Unidas han tenido, en mi opinión, cuatro etapas. La primera, de 1948 a 1990, cuando fue una especie de radiador que evitaba que el motor nuclear de la Guerra Fría se recalentara y explotara. La segunda, de 1991 al 2000, tras la caída de la Unión Soviética, en la cual el foco de Naciones Unidas fue, además de la paz, la promoción de las libertades económicas en coordinación con la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. De ahí surgieron tratados de libre comercio (TLC) como el NAFTA entre Estados Unidos, México y Canadá, que era un TLC de primera generación, es decir, centrado en la reducción de aranceles sin establecer estándares laborales y ambientales.
En la tercera etapa, del 2000 al 2010, se promovieron activamente diez principios sobre derechos humanos, laborales, ecología y anticorrupción con el lanzamiento del Global Compact (Pacto Global). Esta alianza entre Naciones Unidas y el sector privado buscaba promover y aplicar voluntariamente estos principios en empresas, ONG y gobiernos. Esto dio lugar a tratados de libre comercio de segunda generación, como el firmado entre Estados Unidos y Perú, que contemplaban estándares laborales y ambientales para su ejecución. Hasta esta tercera etapa, la contaminación ideológica neomarxista progre era mínima, tanto que se hablaba del Global Compact como una manera de internacionalizar a las empresas y hacerlas más atractivas para la juventud idealista pos-yuppie de los años 80.
Sin embargo, a partir del gobierno de Obama en 2008, y particularmente en su segundo periodo en 2012, hordas de funcionarios socialistas-comunistas coparon Naciones Unidas, iniciando una cuarta etapa donde se impuso un agresivo y autoritario globalismo woke, al más puro estilo de los ingenieros sociales marxistas del Instituto Tavistock. Este marxismo woke fue inoculado inicialmente de manera sutil, usando como caballo de Troya la Agenda 2030 lanzada en 2015, tomando distraídos a empresarios de buena fe. Al mismo tiempo, se impulsaba la responsabilidad social empresarial con una economía de mercado crecientemente regulada que estrangulaba tributariamente a empresas y ciudadanos para alimentar la hipertrofiada, ineficiente y obesa burocracia caviar de los estados de bienestar.
La RSE se convirtió en una filantropía impuesta subliminalmente, fruto del artificial complejo de culpa por el éxito que sociólogos y psicoanalistas marxistas sembraron en gerentes impresionables e incultos que veían incrementado su ego y prestigio utilizando el dinero de los accionistas en proyectos "sociales", siendo ensalzados como mecenas y "buenos" con el dinero ajeno. En otras palabras, caviaraje puro y duro a costa de los propietarios de las empresas. Como dijo el abogado Gordon Liddy: "Un progre es aquel que se siente profundamente en deuda con el prójimo y propone saldar esa deuda con tu dinero".
Siempre me he preguntado: ¿Quién es más solidario, el funcionario de una ONG ideologizada que cobra un sueldo por supuestamente "luchar contra la pobreza", o el empresario que crea puestos de trabajo, riqueza, paga impuestos y que además financia ONG y fundaciones con su dinero? Es evidente que existe toda una "industria" oenegera que parasita a estados y empresas mediante un sistemático chantaje psicológico, económico y mediático si no pagan consultorías inútiles y proyectos afiebrados de inclusión, género, diversidad e igualdad, que no son más que farsas grotescas promotoras del odio, resentimiento y división, con tonterías semánticas barrocas como "racismo sistémico", "dinámicas opresor-oprimido", "patriarcado heteronormativo" y demás basura marxista disfrazada de ideología woke. Este absurdo apalancó su pseudovalidez teórica en intelectuales progres de universidades Ivy League y en pedantes burócratas dorados de Naciones Unidas y sus agencias, organizaciones afectadas por un cáncer progre-caviar en metástasis.
Ante esta crítica situación, es evidente la urgencia de una reforma total de Naciones Unidas, al estilo de lo que Elon Musk está haciendo con la agencia USAID en Estados Unidos con el recientemente creado DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental). Hay una monumental obesidad burocrática caviar, inútil y tóxica, en este vital organismo supranacional convertido en feudo casi inexpugnable del progresismo globalista, como explican muy elocuentemente Agustín Laje en su libro "Globalismo" y Vivek Ramaswamy en "Woke Inc.". El presidente Donald Trump denunció hace más de veinte años el desperdicio y potencial corrupción en esta institución que antaño convocaba lo mejor de la diplomacia mundial.
Tengo la esperanza de que Trump, junto con líderes que buscan restaurar el sentido común en el mundo, como Giorgia Meloni, Javier Milei y otros que serán elegidos en los próximos años, acometerán la necesaria reestructuración de Naciones Unidas para espanto de esas adiposas, complacientes, hedonistas y esnobistas élites del globalismo progre marxista.
Basta ya de parasitar a estados y contribuyentes del mundo con políticas woke que derivan en corruptas y descontroladas orgías presupuestarias en templos supranacionales que sueñan con un Leviatán globalista manejado por castas progres no elegidas por nadie. Es hora de restablecer el espíritu y objetivos fundacionales de Naciones Unidas, personificados en sobrios y brillantes diplomáticos de la paz como los peruanos Víctor Andrés Belaúnde y Javier Pérez de Cuéllar. Sin exagerar, el futuro de la paz mundial depende de ello. Hoy más que nunca, Naciones Unidas necesita profesionales diplomáticos del más alto nivel y una gestión pulcra. Hagamos activismo sano para concretar esto y devolver la cordura, eficiencia y sensatez a esta importante institución legada por nuestros abuelos. Tenemos la obligación moral de hacerlo.
Fuente: CanalB
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