Por Rodrigo Ballester, publicado en La Gaceta
En cuánto Trump ha dado los primeros pasos para acabar con la guerra de Ucrania, hemos descubierto que el equipo de opinión sincronizada tiene su versión occidental. Y así, de repente, Trump ingresa en el club pro-Putin, EE.UU. se convierte en anti-occidental según el desnortado Financial Times y José-María Aznar, al que hemos visto hilar más fino, aunque siempre con ramalazo neocon, y que suelta barbaridades que dan vergüenza ajena.
Demasiados eslóganes para acercarse a un dilema, demasiados anatemas para una pregunta legítima: ¿y ahora qué? En Occidente, casi nadie pone en duda que Rusia ha agredido a su vecino y que esta agresión es moralmente y juridicamente reprobable. Pero lo fácil es aferrarse a ese punto de partida sin atreverse a contestar la siguiente pregunta, la más difícil: después de tres años de un conflicto sangriento, ¿porqué no sentarse en una mesa de negociaciones y buscar una solución?
No basta con rasgarse las vestiduras y decretar que en un mundo ideal, el agresor tiene que perder, porque la geopolítica no es un juego infantil de buenos y malos. Y la realidad es que Ucrania, a pesar de su resistencia heroica, está perdiendo esta guerra y tiene ínfimas posibilidades de revertir la situación sin el apoyo de Estados Unidos. La UE gesticula y patalea, pero no está en condiciones de asumir el roto financiero y militar que deja la retirada de Trump y tampoco está por la labor de hacerlo, como se puso en evidencia en las reuniones auspiciadas por Macron. Además, recurrir a la OTAN para atacar a Rusia es sencillamente imposible porque la nueva Administración americana no lo permitiría, aparte de que sería un auténtico disparate transformar una alianza defensiva en fuerza ofensiva, aunque algunos lleven tres años intentándolo.
Algunos invocan que una paz con Rusia dejaría a Europa totalmente a merced de Putin y que Trump, su supuesto mejor aliado desde antes de ayer, ha dejado a los europeos solos ante el peligro. Esta interpretación es una exageración rayana en la mala fe y se debe al «síndrome de Munich», que obnubila a los dirigentes atlantistas y repiten sin criterio alguno. Para ellos, todo compromiso con Moscú equivale a ceder los Sudetes y cualquier acercamiento sería un «paz para hoy e invasión de Europa para mañana». ¿De verdad tiene Rusia el músculo y las ganas de enviar tanques a Berlín, Helsinki y Varsovia? ¿A pesar del temor histórico (y por el que siento comprensión y respeto) de Polonia, Finlandia o los países bálticos, es plausible que Rusia invada países miembros de la OTAN? ¿Lo toleraría Estados Unidos, les conviene un conflicto fratricida en Europa? Por supuesto que no. Al contrario, el principal riesgo para Europa es una escalada bélica en su propio continente entre potencias nucleares, un enfrentamiento directo con Rusia de consecuencias incalculables para el que el Viejo Continente, más viejo que nunca y acostumbrado a delegar su seguridad en Washington, no está preparado. Razón de más para que Europa se sume a las iniciativas de paz, porque lo único que ha hecho Trump es poner en evidencia su indolencia y su escandalosa falta de gasto en Defensa, con España en la mismísima cola de la OTAN con un raquítico 1,29 % del PIB. Si el tornado Trump se traduce en menos Pacto Verde, menos wokismo subvencionado, y más inversión en Defensa, bienvenido sea. Porque de momento, Europa ni está ni se le espera.
Ahora toca alcanzar una paz aceptable aunque no sea del todo justa, porque tres años de conflicto han debilitado la posición de Ucrania y, guste o no guste, la realidad del terreno y el equilibrio de fuerzas se verán reflejadas en la tabla de negociaciones. Una realidad, por cierto, que hubiera sido más favorable a Ucrania si Joe Biden y Boris Johnson no hubieran torpedeado las negociaciones de Estambul en abril de 2022 en las que se barajaban soluciones similares a las de ahora que hubieran salvado cientos de miles de vidas. Aún así, se podría conseguir una paz aceptable con garantías de seguridad sólidas (por ejemplo tropas europeas bajo los auspicios de Estados Unidos, si es que Europa es capaz de movilizarlas) para Ucrania sin que ésta ingrese en la OTAN, porque, seamos honestos, ésta es la razón principal de esta guerra y es por lo tanto la condición sine qua non para una paz duradera.
Sorprende la actitud belicista de un establishment que apoyó con buen criterio un alto al fuego entre el estado de Israel y un grupo terrorista. Con Ucrania, se les olvida de repente que la paz es en sí es un bien moral y que lo inmoral es prolongar una guerra, no intentar terminarla. Exactamente lo que está intentando Trump a pesar de las pataletas de la vieja guardia neocon que ve como en unas semanas se ha desmoronado el fallido orden internacional que diseñaron durante tres décadas y que ya es una reliquia. Impotentes, sólo les queda decretar vociferando que todos los que se oponen a su visión son «pro-Putin», un argumento zafio que delata una falta de discernimiento preocupante en temas tan importantes. Seamos realistas, e hilemos fino: ni Trump ni Orbán son pro-rusos, ni Zelenski un dictador, ni Rusia invadirá Europa, ni América la ha abandonado. Y lo más importante: lo valiente es buscar la paz, no prolongar esta guerra.
Fuente: CanalB
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