Opinión

El orgullo sobre la vergüenza, por Ernesto Álvarez

Publicado el 06 de agosto de 2024

Por Ernesto Álvarez Miranda, publicado en Expreso

 

Un 6 de agosto, hace exactamente 200 años, el ejército patriota del venezolano Bolívar encontró al de Canterac desplegado en la Pampa de Junín. La caballería del argentino Necochea bajó por la quebrada de Chacamarca y trabó feroz combate a puro sable y pica con la caballería realista. Necochea cayó herido, los patriotas retrocedieron y el mayor Rázuri fue enviado para prevenir al argentino Suárez, con el fin de salvar al escuadrón de reserva integrado por los Húsares  peruanos. Sin embargo, Rázuri cambió la orden e instó a cargar contra el enemigo. El propio Canterac envió dos días después al Virrey el parte de batalla, declarando su sorpresa por la forma en que la caballería  peruana transformó una inminente derrota en una victoria rotunda.

 

De alguna manera, en el Perú hemos heredado esa capacidad de transformar fracasos en triunfos, en mérito al valor desplegado por personalidades que, en los momentos de oscuridad, se elevan por encima de las circunstancias adversas. Así se explica cómo los Húsares de Junín, que fueron atrozmente diezmados por bombas terroristas, participaron en la defensa de la Constitución ante el golpe de Castillo. Hace apenas 19 meses estuvimos muy cerca de sustituir la democracia por un socialismo chavista. Ahora, fuimos el primer país en reconocer el triunfo electoral de Edmundo González, denunciando, no por interés sino por principios, el descarado fraude elaborado por el régimen autoritario de Maduro, el títere del gobierno cubano.


Hoy comprendemos que no fue la asamblea constituyente bolivariana la única franquicia traída a la tierra del mayor Rázuri, sino también el modelo de fraude electoral ideado por la venezolana Tibisay Lucena. Este modelo se compone de masivas impugnaciones de mesas desfavorables, la alteración de las actas electorales al ingresar los resultados al sistema, la segura aparición de un “apagón” del sistema como preámbulo de un drástico cambio de las tendencias en el cómputo, y claro, la absoluta negativa a mostrar las actas y transparentar los procedimientos realizados.


En la “doctrina del fraude” se describe necesario el control de los organismos electorales y la defensa cerrada de sus miembros, aunque la arbitrariedad de sus actos sea evidente. Para ello, es necesario ridiculizar, desprestigiar y estigmatizar a quienes se atrevan a expresar sus dudas sobre el resultado electoral. Por eso ha sido crucial la actitud valiente de nuestro Canciller Javier González-Olaechea, denunciando no solo el masivo fraude venezolano, sino también la cobarde ausencia o abstención de los representantes de gobiernos de izquierda como México, Brasil y Colombia, en la votación efectuada en la Asamblea General de la OEA. El Perú, luego de la vergüenza provocada por ministros felones, ha recuperado el señero legado de su diplomacia, halonado por inmensas figuras como Francisco García-Calderón Landa, su hijo Ventura García-Calderón Rey, Víctor Andrés Belaúnde y Javier Pérez de Cuéllar.

 

 

 

Fuente: CanalB

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