Por Rafael Guillermo de la Piedra Seminario
"La pobreza no es caridad, es justicia" – Nelson Mandela
La pobreza en el Perú no es solamente una condición económica; es un fenómeno complejo que entrelaza la falta de recursos materiales con la exclusión social, cultural y política. Clausen y Flor (2014) proponen siete dimensiones centrales para indicar las privaciones que definen a una persona como pobre: condiciones de vida, educación, ciudadanía, participación en la sociedad, seguridad y control, empleo y autonomía, y hábitat humano.
Reducir la pobreza solamente a una cifra invisibiliza la dignidad y el potencial de millones de peruanos que se encuentran en una situación de vulnerabilidad. Esta aproximación puede generar un círculo vicioso de discriminación, pero sobre todo de estigmatización que profundiza las brechas socioeconómicas y perpetúa el sufrimiento de millones de compatriotas.
Según datos recientes del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el 27.6% de la población peruana vive en situación de pobreza monetaria. Esto significa que cerca de 9.4 millones de personas carecen de recursos para cubrir necesidades básicas como alimentación, salud, vivienda y educación (INEI, 2024). Esta realidad exige no solo que tengamos políticas públicas claras y necesarias para la mejora de ingresos, sino también que se aborden las causas estructurales que mantienen la desigualdad y la exclusión.
Una aproximación necesaria, pero a menudo ignorada, es la autopercepción de quienes viven en pobreza. Cuando una persona se percibe como limitada o sin oportunidades de crecimiento y progreso, internaliza barreras psicológicas que minan su capacidad de superación. Durante la pandemia del Covid-19 las brechas socioeconómicas aumentaron drásticamente y los más afectados fueron sin duda aquellas personas que tenían menos recursos y posibilidades. Pero al mismo tiempo llevó a sacar lo mejor que uno tenía y reinventarse desde esa enorme creatividad propia de nuestro pueblo.
Recordemos el caso emblemático de SIBENITOO –Benito Osorio Banino–, un creador de contenido digital con 8 millones de seguidores en redes, quien sostiene con convicción que “la pobreza no me va a vencer”, manifestando cómo la dignidad y la esperanza pueden ser motores de cambio incluso en circunstancias terriblemente adversas.
El problema se agrava por las profundas brechas socioeconómicas que tiene nuestro país, así como la asimetría social que vivimos. La abismal desigualdad en la educación entre zonas rurales y urbanas, la informalidad laboral masiva, así como el mal uso y la corrupción en el uso de los recursos públicos también ayudan a perpetuar el círculo de la pobreza. El acceso diferencial a oportunidades educativas y laborales es un atropello a la justicia social que el Estado debe resolver con urgencia (Agenda 2030, ODS 1, 4, 8, 10).
Además, la pobreza en el Perú tiene una dimensión sociocultural que no puede ser dejada de lado. El racismo estructural, presente en prejuicios basados en el color de piel, el apellido o la procedencia geográfica, discrimina y excluye a comunidades enteras de la participación plena en la sociedad. Esta discriminación étnica institucionalizada alimenta la pobreza y el resentimiento, porque limita el acceso a derechos y oportunidades, generando una desventaja social dolorosa y devastadora.
En este contexto, se hace urgente fomentar una ciudadanía realmente activa basada en la empatía y el respeto a la diversidad. Reconocer que detrás de cada índice de pobreza existen personas con historias, talentos y sueños es fundamental para construir un país más justo, empático y solidario. La lucha contra la pobreza debe incluir no solo políticas de desarrollo económico, sino también un compromiso colectivo para erradicar el racismo y la discriminación que lamentablemente perpetúan la exclusión. Se trata de un cambio de aproximación a la realidad de la pobreza, entendiendo que en nuestra diversidad sociocultural está nuestra mayor riqueza para así construir un futuro más justo y esperanzador.
Referencias
Fuente: CanalB
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