Por Ernesto Álvarez Miranda, publicado en Expreso
Europa y parte de USA ya habían sucumbido ante la ideología de género, aunque recién comienza el despertar de sus ciudadanos, preocupados por las consecuencias de la política woke. Inicialmente, las instituciones no pudieron evitar que el dinero de las ONG internacionales pudiera imponer su agenda. Se hizo un dogma del aborto libre, del radicalismo para adaptarse al cambio climático y de las cirugías de “reasignación de género” a niños que no pueden comprar una cerveza pero que sí pueden decidir mutilarse sin que sus padres puedan impedirlo.
Así también, afirmar lo evidente —que la migración descontrolada e ilegal de personas comprometidas con una versión extremista de la religión musulmana ha incidido en la multiplicación de delitos graves, en especial contra las mujeres— es considerado delito “de odio” y sancionado como discriminación. Incluso, en el Reino Unido un post en Facebook o un tuit en X sobre el tema merece la detención inmediata.
En el Perú hubo intentos de penalizar la “discriminación por razón de género” desde el gobierno de PPK. Solo la resistencia de organizaciones militantes, católicas y cristianas, de parte de la academia, y, por supuesto, el sentido común de la inmensa mayoría de peruanos ha evitado la conquista del país por ese sistema de dogmas, una religión laica que genéricamente denominamos wokismo. Pero sus intentos persisten, imitando los procedimientos de coerción exitosos en otros países.
Por eso preocupa el asesinato del activista conservador Charlie Kirk. No pocos personajes de la izquierda woke peruana se han burlado del asesinado o han tratado de deslegitimar a la víctima, alegando una actitud violenta en sus presentaciones, aunque basta con ver cualquiera de sus videos para admirar su paciencia para polemizar respetuosamente con todo tipo de activistas, exponiendo de forma lógica sus ideas, sin insultos ni descalificaciones.
¿Podría alguien en el Perú disparar contra un “conserva” solo por discrepar de su visión de sociedad?
El terrorismo se llevó los debates improvisados de los 70 en la Plaza San Martín; el neocomunismo domina hoy muchas universidades públicas y privadas, atemorizando a profesores y alumnos divergentes, y no duda, como las universidades norteamericanas, en boicotear abiertamente cualquier conferencia de políticos y académicos conservadores, desnaturalizando la esencia de la educación universitaria sin que nadie se anime a criticar, mucho menos a sancionar.
Como ya hemos comprobado que golpear a congresistas de la tercera edad no tiene consecuencias, lo que sigue en nuestra permanente imitación a lo extranjero podría ser un balazo en una campaña electoral que augura violencia y polarización.
¿Podemos evitarlo?
No permitamos que se llame “odio” a la disidencia, y denunciemos sin temor al verdadero odio, aquel que se dirige al adversario para deshumanizarlo primero, para eliminarlo sin culpa ni remordimiento.
Fuente: CanalB
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