Escrito por Juan Carlos Suttor en el blog Sin Pelos en la Lengua
La primera vez que estuve en Caracas fue en 1976, visitando al hermano de mi padre y mi padrino además, quien era funcionario de la Embajada de Francia en Venezuela. Una ciudad impresionante, modernísima, con autopistas elevadas que ya quisiéramos tener hoy en Lima o dentro de 10 años, grandes edificios, autos americanos de 8 cilindros y que seguramente consumirían todo el combustible posible, reñidos con los conceptos de ecología actuales. Fue en los 90, que, por motivos de trabajo, me tocó visitar Caracas con frecuencia, al menos una vez al mes, lo cual disfrutaba mucho. Casi siempre alojándome en el emblemático Hotel Tamanaco. Ahí nos encontrábamos los amigos de diferentes países después de las duras jornadas de trabajo para tomarnos unos drinks, partir a alguno de los buenos restaurantes de la ciudad y pasarla bien.
En los 90, sin embargo, las súper autopistas ya se notaban mal mantenidas, con huecos y los autos americanos de 8 cilindros ahora eran usados como taxis, muy mal mantenidos también y contaminado el ambiente de forma desmesurada.
Hasta que, en enero de 2006, el Antiguo Viaducto N° 1, que unía La Guaira, donde se encontraba el aeropuerto de Maiquetía, con la ciudad de Caracas, quedó cerrado al tráfico vehicular al desplomarse parcialmente una de las columnas del puente construido por Odebrecht. Y lo que antes tomaba alrededor de 45 minutos para llegar a la capital, se convirtió en un viaje de dos horas. Fue ahí que decidí no volver a Caracas. Siempre encontré alguna buena excusa para no viajar, aunque sí me costó algunos problemas.
Venezuela, qué duda cabe, fue una de las economías más prósperas de América Latina. Hoy está en ruinas, deshecha, devastada por una ideología de izquierda que ha traído miseria, corrupción, odio y muerte.
La semana pasada, en un segundo intento, después de la frustrada reunión de la OEA en Washington, en la que destacó la brillante intervención del canciller de Perú, Javier González-Olaechea, veintidós países, a través de la Declaración de Santo Domingo, exigieron la “inmediata publicación de actas” del mafioso mega fraude electoral dirigido por Nicolás Maduro. Lo hicieron la Unión Europea y la OEA. La demora, sin duda, pone en entredicho los resultados y ojalá sea el principio del fin del chavismo.
Tres porquerías, Lula da Silva, AMLO y Gustavo Petro, que pocas horas antes de la reunión de la OEA defendían al sátrapa, luego se hicieron los de la vista gorda. Lula da Silva, el expresidiario socio de Odebrecht, con descaro, dijo que el gobierno venezolano es de "sesgo autoritario", pero aclaró que no lo calificaría como una "dictadura"... Es evidente, para la izquierda las dictaduras solo existen si son de derecha; el horror socialista nunca cuenta.
Cuatro sinvergüenzas de nuestro Congreso, por decir lo menos, Guillermo Bermejo, Kelly Portalatino, María Agüero y Elizabeth Taipe, todos ellos con serios cuestionamientos, denuncias e investigaciones, representantes de la izquierda, que fueron invitados por la narco-dictadura de Nicolás Maduro como "veedores" del mega fraude y que regresaron al Perú diciendo todos ellos que el proceso electoral había sido impecable, el último jueves estallaron de manera histérica porque el Perú no se pronunciara contra el fraude del sátrapa. Estos cuatro imbéciles aducen que la crisis social y económica de Venezuela se debe a las sanciones de Estados Unidos. Es decir, el mismo argumento que usan los comunistas acerca del desastre que es Cuba: "La culpa es de Estados Unidos".
Lo cierto es que hoy, el venezolano promedio pesa once kilos menos de lo que debería, más del 90% es pobre y que la diáspora es de alrededor de ocho millones de personas y podría ser mucho mayor.
Creo que no me sorprende el silencio y falta de apoyo de organizaciones inútiles como el Parlamento Andino, la Internacional Socialista, el Parlamento Latinoamericano, el Parlamento Indígena, el Parlamento Amazónico, Unasur, Mercosur y la mayoría de los partidos políticos, que permanecen mudos, entre otros. Pienso que todo se trata de un tema de dinero y la mafia de las ONG.
En el peor de los colmos, en que han asesinado al menos a 26 personas y encarcelado a tres mil patriotas venezolanos, la Ciudad del Vaticano ha acreditado al monseñor Alberto Ortega Martín como nuevo nuncio apostólico en Venezuela, representante del papa Francisco. ¡Qué Papa miserable por Dios! ¡Mudo ante lo que ocurre en Venezuela, Nicaragua o Cuba!
Mientras tanto, todo mi aprecio y admiración a esa gran mujer, señora de señoras, que es María Corina Machado, una patriota, una inspiradora, quien el último sábado lideró una multitudinaria y exitosa movilización contra el fraude electoral en Caracas y 300 ciudades más en el resto del mundo, como Bogotá, Madrid, Copenhague, Riga y por supuesto Lima. El premio Nobel de la Paz 2024 se lo ganó hace tiempo.
¿Qué pasará en Venezuela? Por ahora solo Dios lo sabe. Las inútiles ONU y OEA son muy tibias en sus manifiestos, La CPI (Corte Penal Internacional), con sede en los Países Bajos, permanece sin dictar una orden de arresto contra Maduro y los Estados Unidos como que se hacen de la vista gorda, obviamente por un tema de petróleo y dinero.
Lo cierto y con esto concluyo, es que criminales como Nicolás Maduro, Vladimir Padrino, Diosdado Cabello, Delcy Rodríguez y muchos otros más, merecen el mismo destino que tuvieron Benito Mussolini, Nicolae Ceaușescu o Sadam Husein.
#VivaVenezuelaLibre
Fuente: CanalB
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