Por Carlos E. Gálvez Pinillos, expresidente de la SNMPE
Revisando las enseñanzas de Robert Green en “Las 48 leyes del poder”, encontramos grandes lecciones de la historia; unas que dejaron las experiencias de Moisés, de quien todos los cristianos hemos leído, aprendido o, cuando menos, hemos visto películas sobre su epopeya para sacar adelante al pueblo elegido. También la historia china 200 a.C, del siglo VII y del siglo XX, relata lecciones que jamás debemos olvidar. La historia y la naturaleza humana se presentan en diferentes latitudes y épocas, pero con la misma lección, que los seres humanos olvidamos con facilidad.
Cuenta la historia china del 208 a.C, de una rivalidad permanente entre los generales Hsiang Yu y Liu Pang, de origen noble, educado, rico y muy aguerrido el primero, mientras que, de familia campesina, poco guerrero y dedicado a las mujeres, al vino y muy pícaro el segundo, poco dedicado a la guerra, pero hábil y capaz de reconocer a los mejores estrategas, conservarlos como asesores, además de escuchar sus consejos y recomendaciones.
Según la historia, como parte de una permanente y abierta confrontación entre estos dos generales y sus ejércitos, el asesor del general Hsiang Yu le recomendó liquidar completamente a su rival el general Liu Pang y aplastar a su ejército, pero Hsiang dudó y Liu logró escapar.
Al ver su error, Hsiang Yu lo persiguió, pero en esa cacería, cometió la imprudencia de dispersar a sus tropas. Liu, en un ataque sorpresa rodeó el cuartel principal y por primera vez, Hsiang Yu se vio obligado a pedir la paz. Los asesores de Liu le hicieron ver, que “Dejarlo ir sería como criar un tigre: terminará devorándote en cualquier momento” y, recomendaron que destruyera a Hsiang Yu y aplastara su ejército. Liu indujo a Hsiang a descuidar su defensa y de inmediato masacró a su ejército. Aunque Hsiang escapó, solo y a pie, ya Liu había puesto precio a su cabeza y, aunque en el camino se encontró con parte de sus tropas ya agotadas y desmoralizadas, Hsiang optó por facilitarles las cosas y se degolló.
La historia China está llena de ejemplos de enemigos a los que se les perdonó la vida y luego volvieron para perseguir al indulgente. La premisa estratégica de Sun-tzu, en el arte de la guerra, es “aplaste al enemigo”. Y dice, si en la lucha con ellos, usted se detiene sin completar la tarea, por piedad o esperanza de reconciliación, ellos podrán actuar amable y conciliadoramente por un tiempo, pero será sólo porque los derrotó y no les queda más alternativa que esperar, pero volverán a atacar con más furia y mejores estrategias.
La solución es: “No tenga piedad de ellos. Aplaste a su enemigo de forma tan radical como ellos lo aplastarían a usted”. Sólo podrá esperar paz y seguridad por parte de sus enemigos, una vez que los ha hecho desaparecer”.
Mao Tse-tung, gran lector de Sun-tzu, conocía perfectamente esta ley y, en 1934 se movilizó con su ejército de 75,000 hombres mal equipados, hacia las montañas para escapar del poderoso ejército de Chiang Kai-shek. En 1937, cuando China fue invadida por Japón, Chiang, que consideró que los comunistas ya no eran una amenaza, decidió usar todas sus fuerzas contra la invasión japonesa. Al cabo de diez años, los comunistas se habían recuperado lo suficiente como para derrotar al ejército de Chiang, quien había olvidado la lección de aplastar y desaparecer al enemigo, que, con Mao a la cabeza, la tenía muy presente. Chiang fue perseguido hasta que todo su ejército huyó a la isla de Taiwán.
La sabiduría de aplastar al enemigo es tan antigua como la biblia. Moisés fue el primero en ponerla en práctica, quien la aprendió de Dios, cuando él separó las aguas del mar Rojo, para que el pueblo judío pueda pasar y cerrarlas de inmediato sobre los egipcios que los perseguían, de modo que “no escapó uno solo”. Igualmente, cuando Moisés bajó del monte Sinaí con los Diez Mandamientos y encontró a su pueblo adorando al Becerro de Oro, hizo degollar hasta el último de los transgresores. Ya en su lecho de muerte, Moisés dijo a sus seguidores, que estaban por entrar a la Tierra Prometida, que cuando hubieran derrotado a las tribus de Canaán, debían destruirlas por completo… no hacer trato con ellos, ni tenerles clemencia”.
Carl von Clausewitz, principal filósofo de la guerra, al analizar las campañas de Napoleón, decía: “Afirmamos que la aniquilación directa de las fuerzas enemigas deberá ser el objetivo predominante… Una vez obtenida una gran victoria, no se debe hablar de descanso ni de respiro…sólo de persecución siguiendo al enemigo, tomar su capital y tomar sus reservas o lo que pueda servirle de apoyo y comodidad”.
Ahora bien, cuando revisamos nuestra historia reciente, encontraremos en qué fallamos.
Combatimos y vencimos militarmente a las fuerzas terroristas de SL y el MRTA, pero no los aniquilamos, permitimos que en base a negociaciones y acuerdos falsos, se les apresara para luego liberarlos en base a indultos y conmutación de penas, “nos vimos obligados” a indemnizar a nuestro enemigo, permitimos su salida del país “con las alforjas llenas” y los dejamos crear grupos de fachada, que se han dedicado, como Mao Tse-tun con Chiang Kai-shek, a reagruparse y constituir una fuerza que está carcomiendo las bases de la sociedad. Y se vale de todos los medios a su alcance para debilitar nuestras instituciones.
Hemos permitido que el sistema judicial, judicatura y fiscalía, esté ideologizado, impregnando el mensaje de la izquierda de destrucción de nuestra institucionalidad, hemos abierto la representación del Congreso a gente sin escrúpulos, lo mismo que en los gobiernos regionales y municipales, el aparato burocrático del Estado está impregnado de esa gente y nuestras fuerzas del orden, sin apoyo contra la delincuencia y cada vez más infiltradas y desmoralizadas.
¡Reaccionamos ahora con contundencia o perdemos nuestro país!
Fuente: CanalB
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