Por José Ignacio de Romaña
En los colegios del Perú nos enseñaron una historia distorcionada. Una historia fragmentada, teñida de culpa, como si fuéramos los escombros de un pasado glorioso ajeno. Nos repitieron que fuimos conquistados, sometidos, desplazados. Nos enseñaron a mirar con recelo el éxito, la grandeza, la integración, y lo peor es que nos lo creímos, nos creímos débiles, divididos, incapaces de soñar en grande, en lugar de beber de una historia de grandeza.
La realidad es muy distinta. El Perú, es desde siempre, una tierra de encuentro, una amalgama de culturas y civilizaciones. Es un punto de origen y de proyección, es el corazón palpitante de Hispanoamérica, con una vocación profunda de unir, integrar y dar sentido al continente.
Porque desde tiempos inmemoriales, esta tierra tuvo una misión de unidad. Lo entendieron los incas, que no fueron un pueblo aislado ni encerrado en sí mismo. Manco Cápac, en los albores del Tahuantinsuyo, no fundó un imperio para conquistar, sino para unir tribus dispersas en una sola cultura andina. Y Pachacútec, con visión de estadista universal, tejió un entramado de caminos, lenguas, creencias y cosechas que iban desde Panamá hasta el sur del continente.
Luego llegaron los españoles, y pese al dolor del choque inicial, lo que siguió no fue solo violencia ni negación. Fue una de las mayores amalgamas culturales de la historia humana: la fusión de dos mundos, de la piedra andina y el hierro castellano, del runasimi y el español, del maíz sagrado y el trigo eucarístico. En esa fusión, como recuerda Víctor Andrés García Belaunde, el peruano no es mitad de nada: es entero. Es Inca. Es español. Es cristiano. Y es también chino, japonés, africano, italiano, árabe, como lo demuestra cada plato de nuestra cocina y cada paso del caballo peruano, heredero del Andaluz, adaptado al alma andina, símbolo perfecto de lo que fuimos capaces de hacer, tomar una herencia ajena y convertirlo en algo único, elegante, nuestro.
Porque no olvidemos que el Virreinato del Perú fue América entera. Buenos Aires, Quito, Santiago, Panamá, se escribían como extensiones del “Reino del Perú”. Éramos un todo, y esa vocación de integración sigue latiendo bajo las cicatrices. Y esa historia, debe inspirarnos. Porque hoy, cuando el mundo se polariza entre potencias, Sudamérica vuelve a tener una oportunidad histórica: ser un eje de equilibrio, de cooperación, de desarrollo compartido. Pero para eso, necesita liderazgos con vocación integradora. Y el Perú está llamado , por historia y por geografía, a asumir ese papel: construir una Sudamérica desarrollada, moderna, con una solida clase media, capaz de cooperar sin complejos con Estados Unidos, con China, con el mundo entero.
No para ser zona de disputa geopolítica, sino plaza de convergencia estratégica. Un continente donde la ingeniería china y la innovación americana trabajen en conjunto en puertos, trenes, industrias limpias, polos tecnológicos, y que el Perú sea el espolón de ese impulso, como lo fue en su hora de gloria imperial y virreinal.
Para eso, debemos dejar atrás el modelo extractivo del siglo XX y apostar por la infraestructura compartida, la industrialización conjunta, la transferencia tecnológica y la formación técnica de millones de jóvenes.Debemos impulsar Zonas Económicas Especiales (ZEE) donde se ensamblen baterías de litio, se procesen alimentos con trazabilidad, se fabriquen bienes industriales y se compartan riesgos y beneficios. Debemos construir ferrocarriles bioceánicos, conectar puertos como Chancay y Santos, y articular corredores logísticos que unan los Andes, la Amazonía y el Pacífico.
Tenemos lo que se necesita: recursos, juventud, diversidad, identidad. Lo que nos falta no es capacidad, sino una narrativa de grandeza, una visión integradora, una diplomacia audaz que ponga sobre la mesa esta propuesta de cooperación inteligente, justa y sostenible, donde todos ganan: Sudamérica crece, EE.UU. encuentra estabilidad, China asegura cadenas de suministro, y el mundo respira con más equilibrio.
El mundo necesita nuevas soluciones, y Sudamérica tiene mucho que ofrecer si sabe cooperar. Pero toda arquitectura regional necesita un pilar. El Perú, por su historia integradora, puede ser ese pilar, tierra fértil de unión, faro espiritual, comercial y cultural del sur global. Ese espolón del progreso sudamericano. Es hora de romper las barreras mentales, mirar al mundo con ambición y tender puentes entre naciones con modelos distintos pero intereses compartidos: paz, prosperidad y dignidad.
NO NECESITAMOS ELEGIR ENTRE POTENCIAS, NECESITAMOS QUE LAS POTENCIAS ELIJAN INVERTIR EN UNA SUDAMÉRICA PROSPERA. NO POR CARIDAD, SINO POR UNA VISIÓN COMPARTIDA. DAR UNA LECCIÓN AL MUNDO, CUANDO LOS GRANDES SE UNEN, NO SUMAN, MULTIPLICAN: EN POS DE LA PAZ, EN POS DE LA PROSPERIDAD, EN POS DEL DESARROLLO GLOBAL.
Fuente: CanalB
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